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Nacido de padres enteramente oscuros, pobres y jornaleros, de los cuales el padre tenía su mismo nombre, y la madre se llamaba Fulcinia, tardó en venir a la ciudad y en gustar de las ocupaciones de ella, habiendo tenido su residencia por todo el tiempo anterior en Cerneto, aldea de la región arpina, donde su tenor de vida fue grosero, comparado con el civil y culto de la ciudad, pero moderado y sobrio, y muy conforme con aquel en que antiguamente se criaban los Romanos. Habiendo hecho sus primeras armas contra los Celtíberos, cuando Escipión Africano sitió a Numancia no se le ocultó a este general que en valor se aventajaba a los demás jóvenes y que se prestaba sin dificultad a la mudanza que tuvo que introducir en la disciplina, a causa de haber encontrado el ejército estragado y perdido por el lujo y los placeres. Dícese que peleando con un enemigo le quitó la vida a presencia del general, por lo que, además de otros honores que éste le dispensó, moviéndose en cierta ocasión plática entre cena acerca de los generales, como preguntase uno de los presentes, bien fuera porque realmente dudase, o porque hiciera por gusto aquella pregunta a Escipión, cuál sería el general y primer caudillo que después de él tendría el pueblo romano, hallándose Mario sentado a su lado, le pasó suavemente la mano por la espalda y respondió: “Quizás éste”. ¡Tal era la disposición que desde pequeño presentaba el uno para llegar a ser grande, y tal también la del otro para del principio conjeturar el fin!

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