Tuvieron uno y otro por naturaleza dotes políticas; pero ninguno de los dos guardó la índole de la autoridad regia, sino que se salieron de ella e hicieron mudanza: el uno hacia la democracia, y el otro hacia la tiranía, pecando igualmente por caminos opuestos; porque el que tiene autoridad lo primero que debe guardar es la autoridad misma que se le dio; e igualmente contribuye para esto el no quedarse corto que el no exceder de la que conviene; y el que cede en ella o tira a extenderla, ya no permanece o rey o emperador, sino que, degenerando en demagogo o en déspota, engendra en los súbditos menosprecio u odio; bien que lo primero parece que es exceso de equidad y humanidad, y lo segundo de amor propio y aspereza.