Pereció allí la mayor y más esforzada parte de los enemigos, porque, para no desordenarse en la formación, los primeros de línea estaban enlazados unos a otros con largas cadenas prendidas a los ceñidores. Los que perseguidos se retiraban hacia su campo, todavía encontraban peor suerte; porque las mujeres, puestas de negro sobre los carros, daban la muerte a los que así huían; unas a sus maridos, otras a sus hermanos, otras a sus padres; y de sus hijos, a los niños pequeños, ahogándolos con sus propias manos, los arrojaban debajo de las ruedas y de los pies de las bestias, y después se quitaban ellas la vida. Cuéntase de una que, habiéndose ahorcado del timón de un carro, tenía a sus hijos colgados de sus pies con cordeles a uno y otro lado. Los hombres, a falta de árboles, se ahorcaban de las astas de los bueyes, y otros, poniendo atado el cuello a las patas de éstos, después los picaban con aguijones para que, echando a andar, los arrastrasen y pisasen. Y con todo de quitarse tan espantosamente la vida, aún cautivaron los Romanos a sesenta mil, habiendo sido otros tantos, según se dice, los que murieron. El bagaje lo saquearon los soldados de Mario; pero los despojos, las insignias y las trompetas se dice que fueron llevados al campamento de Cátulo, que era el más fuerte argumento de que éste se valía para probar que había sido suya la victoria. Como la contienda pasase hasta los soldados, fueron tomados por árbitros los embajadores de Parma que se hallaban presentes, y los de Cátulo los llevaban por entre los enemigos muertos, haciéndoles ver que hablan sido traspasados con sus picas, que eran conocidas por las letras con que en el astil tenían grabado el nombre de Cátulo. Sin embargo, la primera victoria y el primer lugar en el mando dicen bien a las claras que todo fue obra de Mario. Así, los más le apellidaban tercer fundador de Roma, por no haber sido este peligro, vencido ahora, inferior en nada al de los Galos; y sacrificando en sus casas con sus mujeres y sus hijos, ofrecían las primicias del banquete y de la libación a los Dioses y Mario a un mismo tiempo, juzgando que a él sólo debían decretarse uno y otro triunfo. Mas no triunfó de esta manera, sino juntamente con Cátulo, queriendo mostrarse moderado en tanta prosperidad, aunque pudo también ser miedo a los soldados que se hallaban formados, con ánimo, si Cátulo era privado de este honor, de no permitir que aquel tampoco triunfase.