Precisado Mario con estos servicios a disimular en Saturnino que se propasara a toda clase de abusos, no echó de ver que no era un mal pequeño el que causaba, sino tal y tan grande que, por medio de armas y de muertes, iba a parar en la tiranía y en el trastorno del gobierno. Y con humillar a los principales y agasajar a la muchedumbre, tuvo finalmente que abatirse a un hecho sumamente bajo y vergonzoso, porque habiendo ido a su casa de noche los varones principales a hablarle contra Saturnino, recibió a éste por otra puerta sin noticia de aquellos, y tomando por pretexto para con unos y con otros una descomposición de vientre, ya estaba en una parte, ya en otra, con lo que sólo consiguió indisponerlos e irritarlos más entre sí. Y aun todavía pasó más adelante, porque, inquietados y sublevados el Senado y los caballeros, introdujo armas en la plaza, y habiéndolos perseguido hasta el Capitolio los sitió por sed, cortando los acueductos. Diéronse, pues, por vencidos, y le enviaron a llamar, entregándosele bajo la que se llama fe pública; y, aunque se desvió por salvarlos, esto no sirvió de nada, porque al bajar a la plaza fueron asesinados. Este suceso le indispuso ya con los poderosos y con el pueblo, por lo que vacando la censura no se atrevió a pediría, a pesar de su gran autoridad, sino que por miedo de la repulsa dio lugar a que otros menos caracterizados que él fuesen elegidos; bien que pretextaba que no quería ganarse por enemigos a mu- chos, teniendo que examinar severamente su vida y sus costumbres.