Hízose decreto para restituir a Metelo del destierro, y él de palabra y de obra lo impugno con vehemencia; pero en vano, teniendo por último que ceder. Sancionóle, pues, el pueblo con muy decidida voluntad, y, haciéndosele insufrible el presenciar la vuelta de Metelo, se embarcó para la Capadocia y la Galacia, aparentando que era para cumplir a la Madre de los Dioses el voto que le habla hecho, pero teniendo en realidad otra causa para aquel viaje, ignorada de los demás, y era que, no habiendo recibido de la naturaleza las dotes de la paz y del gobierno, y debiendo su ensalzamiento a la guerra, como creyese que poco a poco se iban marchitando en el ocio y el reposo su gloria y su poder, se propuso buscar nuevos motivos de desazones y contiendas, porque esperaba que si inquietaba a los reyes, y provocaba y excitaba a la guerra a Mitridates, el más poderoso y de más fama, al punto se le nombraría general contra él, y tendría ocasión de adornar la ciudad con nuevos triunfos y de llenar su casa con los despojos del Ponto y con las riquezas de su rey. Por esta razón, aunque Mitridates le trató con los mayores miramientos y el mayor respeto, no por eso se ablandó ni se mostró apacible, sino que le dijo: “O hazte ¡oh rey! más poderoso que los Romanos, o ejecuta en silencio lo que te se mande”, dejándole asombrado, no el nombre romano, de que había oído hablar muchas veces, sino aquel descaro de que entonces por la primera vez tenía idea.