El viejo Mario, luego que dio la vela, tuvo viento favorable, con el que se puso más allá de la Italia; pero temiendo a un tal Geminio, persona poderosa en Tarracina, que era su enemigo, previno a los marineros se apartasen de aquel puerto. Ellos bien querían complacerle; pero, habiéndose levantado viento del mar, que causaba gran marejada, como pareciese que el barco no podía resistir a sus embates, y Mario se hallase sumamente indispuesto con el mareo, tuvieron que acercarse a tierra, y se acercaron, no sin dificultad, a la playa de Circeo. Como se arreciase la tempestad y les faltasen los víveres, hubieron de saltar en tierra, y se echaron a andar sin mira cierta, experimentando lo que sucede en los grandes apuros, que es huir de lo presente como más intolerable, y tener la esperanza en lo que no se ve, pues que les era enemiga la tierra, enemigo el mar, terrible el tropezar con hombres, y terrible también el no tropezar, estando desprovistos de todo. Por fin, ya tarde, se encontraron con unos vaqueros, que, aunque no tenían nada que darles, reconociendo a Mario, le advirtieron de que era preciso se retirase a toda priesa, porque poco antes se habían aparecido allí muchos hombres de a caballo corriendo en su busca. Constituido con esto en la mayor consternación, tanto más que los que le acompañaban estaban ya desfallecidos de hambre, por entonces se desvió del camino, y, emboscándose en una selva espesa, allí pasó la noche con el mayor trabajo. Al día siguiente, estrechado de la necesidad, y queriendo dar algún movimiento a su cuerpo antes que del todo se entorpeciese, empezó a discurrir por la ribera, alentando a los que le seguían y pidiéndoles que no destruyesen con desmayar antes de tiempo su última esperanza, para la que se guardaba confiado en un antiguo agüero. Porque siendo todavía muy muchacho, y jugando por el campo, recibió en su manto el nido de un águila arrojado por el viento, en el cual había siete polluelos. Viéndolo sus padres, y teniéndolo a maravilla, consultaron a los agoreros, y éstos respondieron que vendría a ser el más ilustre entre los hombres, y no podría menos de ejercer siete veces el principal mando y magistratura. Unos dicen que efectivamente le sucedió esto a Mario; pero otros sostienen que los que se lo oyeron en aquella fuga, y le dieron crédito, escribieron una narración del todo fabulosa, porque el águila no pone más de dos huevos; por tanto, que también se engañó Museo al decir de esta ave: Pone tres, saca dos, y el uno cría. Mas todos convienen que en la fuga y en todos sus grandes conflictos se le oyó decir muchas veces a Mario que había de llegar al séptimo Consulado.