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Separóse, pues, de ellos Alcibíades, no sin alguna sospecha de que eran traidores a su patria. Hicieron los Atenienses al quinto día su navegación y retirada, según costumbre, con gran desdén y desprecio; Lisandro, al enviar las naves exploradoras, encargó a los capitanes que, inmediatamente después de haber visto desembarcarse a los Atenienses, se apresuraran a volver, y, al estar en medio de la travesía, levantasen en alto, por la proa, un escudo de bronce, en señal de que debían hacerse a la vela. En tanto, con- vocaba a los pilotos y capitanes y los exhortaba a que cada uno tuviese a bordo y en orden a todos los individuos de la marinería y tripulación, y a la primera señal moviesen aceleradamente contra los enemigos. Luego que de las naves se levantó en alto el escudo, y se dio de la capitana la señal con la trompeta, salieron al mar las naves, y el ejército de tierra marchó por la costa hacia el promontorio; y siendo la distancia que había entre ambos continentes de quince estadios, con la diligencia y ardor de los remeros en breves instantes fue vencida. Conón fue el primero de los generales atenienses que divisó en el mar la escuadra, e inmediatamente esforzó la voz para que se embarcaran; y sintiendo ya el mal que les había sobrevenido, convocaba a unos, rogaba a otros, y a otros los obligaba a tripular las naves; pero toda su diligencia era vana, estando la gente dispersa: pues luego que saltaron en tierra, unos habían marchado a tomar víveres, otros andaban vagando y otros dormían en las tiendas, muy distantes todos de aquel apuro y menester, por impericia de sus generales. Cuando los enemigos estaban encima, con grande gritería y alboroto, Conón se hizo a la vela con ocho naves, y se retiró a Chipre, al amparo de Evágoras; los del Peloponeso, cargando sobre los demás, de ellas tomaron unas enteramente vacías, y desbarataron otras que ya estaban tripuladas. De la gente, unos murieron cerca de las naves, cuando, desarmados, corrían a defenderlas, y otros recibieron la muerte mientras huían por tierra, desembarcándose al efecto los enemigos. Tomó Lisandro cautivos a tres mil hombres, incluso los generales y la armada entera, a excepción de la galera Páralo y las que Conón llevó consigo. Amarradas, pues, las naves y saqueado el campamento, navegó al son de las trompetas y entonando canciones triunfales la vuelta de Lámpsaco; habiendo ejecutado con el menor trabajo la mayor hazaña, y abreviado en una hora sola un tiempo muy dilatado, por haber terminado en ella de un modo increíble la guerra más encarnizada y de más varios casos de fortuna entre cuantas la habían precedido; la cual, después de una indecible alternativa de sucesos y de la pérdida de más generales que los que fallecieron en todas las demás guerras de la Grecia, fue de este modo fenecida por el tino y habilidad de un hombre solo; así es que esta hazaña fue calificada de divina.

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