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Hubo algunos que dijeron haber visto, al punto mismo de salir contra los enemigos la nave de Lisandro, brillar de una y otra parte, sobre el timón de ella, la constelación de los Dioscuros, con grandes resplandores; otros afirmaban que la caída de la piedra fue señal de este acontecimiento: porque, como es opinión común, cayó del cielo, hacia Egospótamos, una piedra de gran tamaño, la que muestran todavía en el día de hoy, siendo tenida en veneración por los del Quersoneso. Refiérese haber predicho Anaxágoras que, verificándose algún desnivel o alguna conmoción de los cuerpos que están sujetos en el cielo, habría rompimiento y caída de uno que se desprendiese, y que no está cada una de las estrellas en el lugar en que apareció; porque siendo por su naturaleza pedregosas y pesadas, resplandecen por reflejo y refracción del aire, y son arrebatadas por el poder y fuerza de la esfera donde están sujetas, como lo quedaron en el principio, para no caerse acá, cuando lo frío y pesado se separó de los demás seres. Pero hay otra opinión, más probable de los que afirman que las estrellas que caen no son corrimiento o destrucción del fuego etéreo que se apaga en el aire al mismo encenderse, ni tampoco incendio y resplandor del aire, que, inflamándose, asciende por su gran copia a la región superior, sino desprendimiento y caída de los cuerpos celestes, como por ceder y perder su fuerza el movimiento de rotación, a causa de estremecimientos, los que no los llevan a puntos habitados de la tierra, sino que muchos van a caer al gran mar, por lo que después no aparecen. Mas con el dicho de Anaxágoras conforma la relación de Daímaco, quien en su tratado de La piedad expresa que antes de caer la piedra, por setenta y cinco días continuos se observó en el cielo un cuerpo encendido de gran magnitud, a manera de nube de fuego, no quieto, sino movido en diferentes giros y direcciones, el cual, siendo llevado de una parte a otra, con la agitación y el mismo movimiento se partió en pedazos también encendidos, que centelleaban como las estrellas que caen. Luego que cayó en aquel punto, y que los naturales se recobraron del miedo y sobresalto, acudieron a él, y no encontraron del fuego ni una señal siquiera, sino una piedra tendida en el suelo, grande sí, pero que no representaba sino una exigua parte de aquella circunferencia que apareció inflamada. Es bien claro que necesita Daímaco lectores demasiado indulgentes; pero si su relación es cierta, convence con bastante fuerza a los que sostienen haber sido aquella una piedra que, arrancada de algún promontorio por los vientos y los huracanes, se mantuvo y fue llevada en el aire como los torbellinos, hasta que se desplomó y cayó en el momento que cedió y aflojó la fuerza que la tenía elevada; a no ser que realmente fuese luego lo que se vio por muchos días, y que de su extinción y destrucción resultasen vientos y agitaciones fuertes que hiciesen caer la piedra. Pero esto es más bien para tratarlo en otra especie de escritos.

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