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Gilipo, convencido de una maldad tan fea e ignominiosa, después de las grandes y brillantes hazañas que antes había ejecutado, voluntariamente se expatrió de Lacedemonia, y los más prudentes de los Espartanos, temiendo por esto mismo con más vehemencia el poder del dinero, pues veían los efectos que producía en ciudades tan principales, increpaban a Lisandro y hacían denuncia a los Éforos para que echaran fuera todo oro y plata, como atractivos de corrupción. Propusiéronlo los Éforos al pueblo, y Esquiráfidas, según Teopompo, o Flógidas, según Éforo, fue de dictamen de que no debía admitirse dinero ni moneda alguna de oro o plata en la ciudad, sino usarse sólo de la moneda patria. Era ésta de hierro, apagado antes en vinagre, para que no pudiera otra vez forjarse, sino que por aquella inmersión quedase dura y nada maleable, a lo que se agregaba ser más pesada y de difícil conducción, de manera que en gran número y volumen se tenía en poco valor. Y aun corre peligro que en lo antiguo en todas partes fuese lo mismo, usando unos por moneda de tarjas de hierro y otros de bronce; de donde ha quedado que a ciertas de estas tarjas, que corren en gran cantidad, se les llame óbolos, y dracma a la cantidad de seis óbolos, porque ésta era lo que abarcaba la mano. Hicieron, sin embargo, oposición a aquella propuesta los amigos de Lisandro, formando empeño de que el dinero quedase en la ciudad, y lograron se decretase que para el público se introdujese aquella moneda; pero si se hallaba que en particular la poseyese alguno, la pena fuese la de muerte, como si Licurgo temiese al dinero y no a la codicia de tenerlo; la que no tanto la corta el no poseerle los particulares como la excita el que la república lo emplee, dándole el uso, precio y estimación; no siendo posible que lo que veían apreciado en público lo despreciasen como inútil en particular, y que creyesen no servir de nada para los negocios domésticos una cosa tan estimada y apetecida en común; fuera de que con más facilidad pasan a los particulares las inclinaciones y costumbres manifestadas por los gobiernos, que no los yerros y afectos de los particulares estragan y corrompen las costumbres públicas. Porque el que las partes se estraguen juntamente con el todo cuando éste se inclina a lo peor es muy natural y consiguiente, y los yerros de los miembros hallan respecto del todo mucha defensa y auxilio en los bien morigerados. Además, aquellos, a las casas de los particulares, para que en ellas no penetrase el dinero, les pusieron por guarda el miedo y la ley; pero no conservaron los ánimos insensibles e inflexibles al atractivo del dinero, sino que antes encendieron en todos el deseo de enriquecerse como de una cosa grande y honorífica. Mas de éste y otros institutos de los Lacedemonios hemos tratado en otro escrito.

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