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Hechas estas cosas, se embarcó Lisandro para la Tracia, y todo lo que le había quedado de los fondos públicos, con cuantos dones y coronas había recibido, siendo muchos los que, como era natural, hacían presentes a un varón de tanto poder y dueño, en cierta manera, de la Grecia, lo remitió a Lacedemonia por medio de Gilipo, el que mandó en Sicilia. Éste, según se dice, cortando por abajo las costuras de los sacos y sacando de cada uno mucho dinero, los volvió a coser después, ignorante de que en cada uno había una factura que expresaba la cantidad. Llegado, pues, a Esparta, ocultó lo que había sustraído debajo del tejado de su casa y entregó los sacos, a los Éforos, mostrándoles los sellos; pero abiertos los sacos y contado el dinero se notó la diferencia entre la cantidad que resultaba y la de la factura; y hallándose los Éforos con este motivo en grande confusión, un esclavo de Gilipo les dijo enigmáticamente que debajo del Cerámico se recogían muchas lechuzas, pues, según parece, la marca de la moneda entre los Atenienses era, por lo común, una lechuza.

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