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Mas la ambición de Lisandro sólo era incómoda a los grandes y a sus iguales; pero el orgullo y crudeza que acompañaban a su ambición, fomentados por el tropel de aduladores, hacían que ni en el premio ni en el castigo hubiese para él regla alguna, sino que los premios de la amistad y hospitalidad eran una autoridad ilimitada y una tiranía insufrible, y para el encono sólo había un modo de satisfacerlo, o sea la muerte del que era de otro partido, pues ni huir se concedía. Así es que, más adelante, temiendo no huyesen los Milesios que servían las magistraturas, y queriendo atraer a los que se habían ocultado, juró que no los ofendería, y como con esta confianza viniesen y se presentasen, los entregó a los oligarcas para que los degollasen, no bajando su número de ochocientos entre todos. En las demás ciudades eran igualmente innumerables los muertos de los demócratas, quitándoles la vida, no sólo por causa particular que con él tuviesen, sino complaciendo y sirviendo con estos asesinatos a las enemistades y deseos de los amigos que tenía en todas partes. Por tanto, con razón fue aplaudido el lacedemonio Etéocles, que dijo que la Grecia no podría sufrir dos Lisandros, aunque esto mismo refiere Teofrasto haber dicho Arquéstrato de Alcibíades. Sin embargo, en éste lo que principalmente se llevaba mal era la falta de decoro y el lujo con un cierto engreimiento; pero en Lisandro la dureza de carácter hacía temible e insoportable su poder. Esto no obstante, los Lacedemonios de todos los demás atentados suyos se desentendieron, y sólo cuando Farnabazo, ofendido por él, les taló y asoló el campo y envió a Esparta quien le acusase, se indignaron los Éforos, quitando la vida a Tórax, uno de sus amigos y colegas, porque averiguaron que en particular poseía dinero, y enviando al mismo Lisandro la correa, con orden de que se presentase. Lo de la correa es en esta forma: cuando los Éforos mandan a alguno de comandante de la armada o de general, cortan dos trozos de madera redondos, y enteramente iguales en el diámetro y en el grueso, de manera que los cortes se correspondan perfectamente entre sí. De éstos guardan el uno, entregando el otro al nombrado, a estos trozos los llaman correas. Cuando quieren, pues, comunicar una cosa secreta e importante, forman una como tira de papel, larga y estrecha como un listón, y la acomodan al trozo o correa que guardan, sin que sobre ni falte, sino que ocupan exactamente con el papel todo el hueco; hecho esto, escriben en el papel lo que quie- ren, estando arrollado en la correa. Luego que han escrito, quitan el papel, y sin el trozo de madera lo envían al general. Recibido por éste, nada puede sacar de unas letras que no tienen unión, sino que están cada una por su parte; pero tomando su correa, extiende en ella la cortadura de papel, de modo que, formándose en orden el círculo, y correspondiendo unas letras con otras, las segundas con las primeras, se presente todo lo escrito seguido a la vista. Llámase la tira correa, igualmente que el trozo de madera, al modo que lo medido suele llevar el nombre de la medida.

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