Habiendo recibido Lisandro a correa en el Helesponto, entró en algún cuidado; y como la acusación que más le hacía temer fuese la de Farnabazo, procuró avistarse y tratar con él para transigir aquella diferencia. Pasando, pues, a verle, le rogó escribiese otra carta a los magistrados, en que dijese que no se hallaba ofendido ni tenía queja de Lisandro; pero no sabía que un Cretense las había con otro, según dice el proverbio; porque habiéndole prometido Farnabazo que le complacería, a su vista escribió una carta como Lisandro deseaba, pero reservadamente tenía escrita otra muy diversa, y después, al cerrarlas y sellarlas, cambió los papeles, que en nada se diferenciaban a la vista, y le entregó la que reservadamente había escrito. Llegado Lisandro a Lacedemonia, y yendo a presentarse, según costumbre, al palacio del gobierno, entregó a los Éforos la carta de Farnabazo, en la inteligencia de que en ella se hallaba desvanecido el cargo que más cuidado le daba, por cuanto tenía Farnabazo gran partido con los Lacedemonios, a causa de haber sido entre los generales del rey el que mejor se había portado en la guerra; pero cuando, habiendo leído la carta los Éforos, se la mostraron, y entendió que No solamente Ulises es doloso, aumentóse su confusión, y se retiró sin hacer nada; pero volviendo al cabo de pocos días a presentarse a los magistrados, les comunicó que tenía que pasar al templo de Anión y ofrecerle los sacrificios de que le había hecho voto antes de sus combates. Algunos son de opinión que, efectivamente, sitiando la ciudad de Afitis en la Tracia, se le había aparecido Amón, entre sueños, y que por lo mismo, levantando el sitio, había dado orden a los Afitios de que sacrificasen a Anión, como si el mismo dios se lo hubiera encargado, y que él mismo, pasando al África, había procurado aplacarle; pero los más entienden que esto del dios fue un pretexto, y que lo que hubo, en verdad, fue haber temido a los Éforos y no poder aguantar el yugo de Esparta ni sufrir el ser mandado; por lo que recurrió a este viaje y peregrinación, como caballo que desde el prado y los pastos libres vuelve luego al pesebre y a los trabajos cotidianos. La otra causa que asigna Éforo a esta peregrinación la referiremos más adelante.