Inclinóle, desde luego, Lisandro a formar una expedición contra el Asia, lisonjeándole con la esperanza de acabar con los Persas y engrandecerse. Con este objeto escribió a sus amigos de Asia, proponiéndoles, que pidiesen a los Lacedemonios nombraran a Agesilao por general para la guerra contra los bárbaros. Vinieron éstos en ello, y enviaron embajadores a Lacedemonia con aquella súplica; en lo que no hizo Lisandro a Agesilao menor beneficio que en alcanzarle el reino; pero los genios ambiciosos, aunque por otra parte no son malos para el mando, por la envidia que tienen a los que compiten con ellos en gloria suelen ser de mucho estorbo para las grandes empresas, porque vienen a hacerse rivales cuando convenía que fuesen cooperadores. Agesilao, pues, llevó consigo a Lisandro entre los treinta consejeros, con ánimo de valerse principalmente de su amistad; pero sucedió que, llegados al Asia, eran muy pocos los que se dirigían a tratar con aquel, no teniéndole conocido, mientras que a Lisandro, por el anterior trato, los amigos le obsequiaban, y los sospechosos, de miedo, le buscaban también y le hacían agasajos; de manera que así como en las tragedias acontece con los actores, que el que hace el papel de un nuncio o de un esclavo es aplaudido y ensalzado, y no se hace caso, ni siquiera se presta atención, al que lleva la diadema y el cetro, del mismo modo aquí todo el obsequio y la autoridad era del consejero, no quedándole al rey más que el nombre, desnudo de todo poder. Era preciso, por tanto, hacer alguna rebaja en tan incómoda ambición, y reducir a Lisandro al segundo lugar, ya que no le fuese dado a Agesilao el desechar y apartar de sí del todo a un hombre de tanta opinión, y su bienhechor y su amigo. Así, lo primero que hizo fue no darle ocasión ninguna para intervenir en los negocios ni encargarle comisiones relativas a la milicia, y después, si observaba que Lisandro tomaba interés y formaba empeño por algunos, éstos eran los que menos alcanzaban, y cuales quiera otros salían mejor librados que ellos, debilitando así y entibiando poco a poco su poder, tanto, que el mismo Lisandro, viéndose desairado en todo, y que su mediación había venido a ser perjudicial a sus amigos, se retiró de hacer por ellos, y les rogaba que se dejasen de obsequiarle y se dirigieran al rey y a los que al presente podían hacer bien a sus protegidos. A estos ruegos, muchos se abstuvieron de importunarle en sus negocios; pero no se retiraron de obsequiarle, sino que continuaron acompañándole en los paseos y en los gimnasios; con lo que Agesilao, a causa de este honor, se mostraba más incomodado que antes, en términos que encargando a otros muchos del ejército diferentes comisiones y el gobierno de las ciudades, a Lisandro le nombró distribuidor de la carne; y luego, como para que más se corriese, decía a los Jonios: “Id ahora a mi distribuidor de carne y hacedle la corte”. Parecióle, pues, preciso a Lisandro entrar ya en explicaciones con él, y el diálogo de ambos fue muy breve y muy lacónico: “¿Te parece puesto en razón ¡oh Agesilao! Humillar a tus amigos?- Sí, si quieren hacerse mayores que yo, así como es muy justo que los que contribuyen a aumentar mi poder participen de él.Acaso en esto es más ¡oh Agesilao! lo que tú dices que lo que yo he hecho, pero te ruego, aunque no sea más que por los que de afuera nos observan, que me pongas en el ejército en aquel lugar en que creas que he de incomodarte menos y te he de ser más útil”.