Habían los Queronenses recibido de Sila por caudillo a Ericio, y marchando por el Turio sin ser sentidos, cuando después se mostraron fue grande la turbación y fuga de los bárbaros, y mayor todavía la matanza de unos con otros, porque no aguardaron en su puesto, sino que, corriendo por los precipicios, caían sobre sus propias lanzas, y con la priesa se despeñaban unos a otros, persiguiéndolos desde arriba los enemigos e hiriéndolos por la espalda; de manera que perecieron unos tres mil en el Turio, y de los que huyeron, a unos les cortó la retirada y los destrozó Murena, que ya había tomado posición, y otros, arrojados hacia el campamento amigo, como cayesen repentinamente y sin orden sobre la hueste ya formada, introdujeron en la mayor parte el terror y la confusión; no fue tampoco pequeño el mal que causaron con haber retardado las órdenes de los generales. Porque Sila sobrevino prontamente cuando así estaban desordenados, y pasando con ligereza el espacio que los separaba, quitó a los carros falcados toda su actividad y fuerza, por cuanto ésta la toman principalmente de lo largo de la carrera, que es la que les da ímpetu y pujanza; siendo, por el contrario, los golpes de cerca ineficaces y flojos, como los de los dardos, si el arco no ha podido tenderse; que fue lo que entonces sucedió a los bárbaros, porque, apoderados los Romanos de los primeros carros, que no habían podido obrar ni chocar sino débil y remisamente, luego con risa y gritería pedían otros, como se acostumbra hacer en el circo en las carreras de caballos. En este estado vinieron a las manos una y otra infantería, presentando los bárbaros sus lanzas largas y procurando con la unión de los escudos conservar el orden de la formación; pero los Romanos, arrojando las picas y echando mano a las espadas, retiraron las lanzas de aquellos tan pronto como con gran rabia se arrojaron sobre ellos, porque vieron que estaban formados en primera fila quince mil esclavos, que los generales del rey habían proclamado libres de los tomados a los enemigos, y les habían dado lugar entre los primeros infantes; así se dice haber exclamado un centurión de los Romanos que sólo en las Saturnales había visto a los esclavos usar de libertad. A éstos, pues, como con dificultad los hiciesen huir los infantes romanos, por el apiñamiento y espesor de la formación, y también porque ellos mostraron más denuedo del que po- día esperarse, los desordenaron por fin y obligaron a volver la espalda las piedras y dardos que con abundancia les tiraron los Romanos que se habían colocado a la espalda.