Como en Roma Cina y Carbón maltratasen con la mayor injusticia y violencia a los más principales ciudadanos, muchos, huyendo de la tiranía, se acogían como a un puerto al ejército de Sila; así, por cierto tiempo, hubo cerca de él una especie de Senado, y Metela, habiendo podido con dificultad ocultarse a sí misma y a sus hijos, llegó, trayéndole la noticia de que su casa y sus haciendas habían sido quemadas por sus enemigos y pidiéndole diera auxilio a los que quedaban en Roma. Cuando se hallaba perplejo, por no poder resolverse ni a abandonar la patria, molestada y oprimida, ni a partir, dejando inacabada una obra tan importante como era la guerra mitridática, se le presentó un comerciante de Delo, llamado Arquelao, enviado secretamente de parte del otro Arquelao, general del rey, a hacerle ciertas proposiciones y darle esperanzas. Oyóle Sila con tanto pla- cer, que se determinó a ir por sí mismo a conferenciar con Arquelao, y conferenciaron, en efecto, orilla del mar, cerca de Delo, donde está el templo de Apolo. Comenzó Arquelao la plática, procurando atraer a Sila a que, abandonado el Asia y el Ponto, partiese a la guerra que tenía que sostener en Roma, recibiendo para ella de parte del rey intereses, galeras y tropas en la cantidad que quisiese; a lo que contestó Sila proponiéndole a su vez que no hiciera cuenta del rey, sino que reinase él mismo en su lugar, haciéndose aliado de los Romanos y entregando cierto número de naves. Repelió Arquelao con horror una traición semejante, y entonces le dijo: “Pues si tú ¡oh Arquelao! siendo capadocio y esclavo, o si quieres, amigo de un rey bárbaro, no sufres la infamia por bienes de tan gran tamaño, a mí que soy Romano y Sila, ¿cómo te atreves a hablarme de traiciones, como si no fueras aquel mismo Arquelao que, huyendo en Queronea con muy poca gente, restos de ciento veinte mil hombres, te hubiste de esconder por dos días en las lagunas de Orcómeno, dejando intransitable la Beocia por la multitud de los cadáveres?” A esto, mudando ya de lenguaje Arquelao, y echándose a sus pies, le rogó que pusiera fin a la guerra, haciendo paz con Mitridates. Admitió Sila la propuesta, y se hizo un tratado, por el que se convino en que Mitridates cedería el Asia y la Patagonia, se pondría por rey de Bitinia a Nicomedes, y de Capadocia, a Ariobarzanes, y se entregarían a los Romanos dos mil talentos y setenta naves con espolones de bronce y todo su aparejo, con solo que Sila afianzase al rey y le diese por seguros todos sus demás dominios y le declarase aliado del pueblo romano.