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Uniéronse y confabuláronse muchos con Lépido para privar su cadáver del funeral establecido, pero Pompeyo, aunque resentido con Sila, porque de los amigos a él solo le olvidó en el testamento, apartando a unos con su presencia y sus ruegos, y con amenazas a otros, de aquel intento, acompañó el cuerpo hasta Roma y concilió a las exequias seguridad y respeto. Dícese haber traído a ellas las mujeres tal cantidad de aromas, que, sin contar los que se llevaban en doscientos y diez canastos, se modelaron un retrato del mismo Sila bastante grande y otro de un lictor, en un incienso y cinamomo muy preciosos. Fue el día desde la mañana muy nubloso, y, temiéndose que llovería, no se puse en marcha el entierro hasta las nueve; pero soplando un viento bastante fuerte en la hoguera y levantando mucha llama, apresuró el que el cuerpo se consumiese; y cuando ya la pira se apocaba y el fuego iba a apagarse, cayó una copiosa lluvia, que duró hasta la noche: de manera que parece haber querido la fortuna permanecer con su cuerpo hasta darle tierra. Su sepulcro está en el Campo Marcio, y la inscripción se dice haberla dejado él mismo: viniendo a reducirse a que nadie le había ganado ni en hacer bien a sus amigos ni mal a sus enemigos.

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