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Aunque en estas inscripciones no se descubre el nombre de Cimón, pareció, sin embargo, excesivo el honor que se le tributó a los de aquella edad, porque ni Temístocles ni Milcíades alcanzaron otro tanto, y aun a éste, habiendo solicitado una corona de olivo, Sócares Decelense, levantándose en medio de la junta, le dio una respuesta no muy justa, pero agradable al pueblo, diciendo: “Cuando tú ¡oh Milcíades! peleando solo contra los bárbaros, los vencieres, entonces aspira a ser coronado tú sólo.” ¿Por qué, pues, tuvieron en tanto esta hazaña de Cimón? ¿No sería acaso porque con los otros dos caudillos sólo trataron de rechazar a los enemigos, para no ser de ellos sojuzgados, y bajo el mando de éste aun pudieron ofenderlos, y haciéndoles la guerra en su propio país adquirieron posesiones en él, estableciendo colonias en Eiona y en Anfípopis? Estableciéronse también en Esciro, tomándola Cimón con este motivo; habitaban aquella isla los Dólopes, malos labradores y dados a la piratería desde antiguo, en términos que ni siquiera usaban de hospitalidad con los navegantes que se dirigían a sus puertos; y, por último, habiendo robado a unos mercaderes tésalos que navegaban a Ctesio, los habían puesto en prisión. Pudieron éstos huir de ella, y movieron pleito a la ciudad ante los Anfictiones. La muchedumbre se rehusaba a reintegrarlos del caudal robado, diciendo que lo devolvieran los que lo habían tomado y se lo habían repartido; mas con todo, intimidados, escribieron a Cimón, exhortándole a que viniera con sus naves a ocupar la ciudad, porque ellos se la entregarían. Así fue como Cimón tomó la isla, de la que arrojó a los Dólopes, y dejó libre el mar Egeo. Sabedor de que el antiguo Teseo, hijo de Egeo, huyendo de Atenas había sido muerto allí alevosamente por el rey Licomedes, hizo diligencias para descubrir su sepulcro, porque tenían los Atenienses un oráculo que mandaba se trajeran a la ciudad los restos de Teseo y lo veneraran debidamente como a un héroe; pero ignoraban dónde yacía, porque los Escirenses ni lo manifestaban ni permitían que se averiguase. Encontrando, pues, entonces el hoyo, en fuerza de la más exquisita diligencia, puso Cimón los huesos en su nave, y adornándolos con esmero los condujo a la ciudad, al cabo de unos ochocientos años, con lo que todavía se le aficionó más el pueblo. En memoria de este suceso se celebró una contienda de trágicos que se hizo célebre, porque habiendo presentado Sófocles, que aún era joven, su primer ensayo, como el arconte Apsefión, a causa de haberse movido disputa y altercado entre los espectadores, no hubiese sorteado los jueces del combate, cuando Cimón se presentó con sus colegas en el teatro para hacer al Dios las libaciones prescritas por la ley, no los dejó salir, sino que, tomándoles juramento, los precisó a sentarse y a juzgar, siendo diez en número, uno por cada tribu; así, esta contienda se hizo mucho más importante por la misma dignidad de los jueces. Quedó vencedor Sófocles, y se dice que Esquilo lo sintió tanto y lo llevó con tan poco sufrimiento, que ya no fue mucho el tiempo que vivió en Atenas, habiéndose trasladado por aquel disgusto a Sicilia, donde murió, y fue enterrado en las inmediaciones de Gela.

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