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Escribe Ion que, siendo él todavía mocito, comió con Cimón, en ocasión de haberse venido a Atenas desde Quio con Laomedonte, y que, rogado aquel que cantase, como no lo hubiese ejecutado sin gracia, los presentes lo alabaron de más urbano que Temístocles, por haber éste respondido en igual caso que no había aprendido a cantar y tañer y lo que él sabía era hacer una ciudad grande y rica. De aquí, como era natural, recayó la conversación sobre las hazañas de Cimón, y, como se hiciese memoria de las más señaladas, dijo que se les había pasado referir la más bien entendida de sus estratagemas; porque habiendo tomado los aliados muchos cautivos de los bárbaros en Sesto y en Bizancio, encargaron al mismo Cimón el repartimiento; y él había puesto a un lado los cautivos, y a otro los presos y adornos que tenían, de lo que los aliados se habían quejado, teniendo por desigual aquella división. Díjoles entonces que de las dos partes eligieran la que gustasen, porque los Atenienses con la que dejaran se darían por contentos. Aconsejándoles, pues, Herófito de Samos que eligieran antes los arreos de los Persas que los Persas mismos, tomaron los adornos de éstos, dejándoles a los Atenienses los cautivos; y por entonces se rieron de Cimón como de un mal repartidor, por cuanto los aliados cargaron con cadenas, collares y manillas de oro, y con vestidos y ropas ricas de púrpura, no quedándoles a los Atenienses más que los cuerpos malamente cubiertos para destinarlos al trabajo; pero al cabo de poco bajaron de la Frigia y la Lidia los amigos y deudos de los cautivos, y redimían a cada uno de éstos por mucho dinero; de manera que Cimón proveyó de víveres las naves para cuatro meses, y aun les quedó de los rescates mucho dinero que llevar a Atenas.

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