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Luego que volvió Cimón, al punto puso fin a la guerra y reconcilió las ciudades; pero como hecha la paz viese que los Atenienses no podían permanecer en reposo, sino que deseaban estar en acción y aumentar su poder por medio de expediciones, para que no incomodaran a los demás Griegos, ni dirigiéndose con muchas naves hacía las islas y el Peloponeso diesen ocasión a guerras civiles u origen a quejas de parte de los aliados contra la ciudad, tripuló doscientos trirremes, con muestras de marchar otra vez contra el Egipto y Chipre; llevando en esto la idea, por una parte, de que los Atenienses no se descuidaran nunca de la guerra contra los bárbaros, y por otra, de que granjearan justamente riquezas, trasladando a la Grecia la opulencia de sus naturales enemigos. Cuando todo estaba dispuesto y las tropas ya embarcadas, tuvo Cimón un sueño. Parecióle que una perra muy furiosa le ladraba, y que del ladrido salía una mezcla de voz humana que le decía: Ve, que has de ser amigo mío y de estos mis tiernos cachorrillos. Siendo tan difícil y oscura esta visión, Astífilo Posidionata, que era adivino y muy conocido de Cimón, dijo que aquello significaba su muerte, explicándolo de esta manera: el perro es el enemigo de aquel a quien ladra, y de un enemigo nunca se hace uno mejor amigo que a la muerte; y la mezcla de la voz designa un enemigo medo, porque el ejército de los Medos se compone de Griegos y bárbaros. Después de este ensueño, estando él mismo sacrificando a Baco, dividió el sacerdote la víctima, y la sangre ya cuajada la fueron llevando poco a poco unas hormigas, y poniéndola pegada en el dedo grande del pie de Cimón, sin que esto se advirtiese por algún tiempo; pero, cabalmente al mismo echarlo de ver, vino el sacerdote mostrándole el hígado sin cabeza. Con todo, no pudiendo desentenderse de la expedición, siguió adelante, y enviando sesenta naves al Egipto navegó con todas las demás. Venció la armada del rey, compuesta de naves de la Cilicia y la Fenicia, ganó todas las ciudades de Chipre, amagando a las de Egipto, siendo su ánimo nada menos que de destruir todo el imperio del rey, mayormente después de haber entendido que era grande el poder y autoridad de Temístocles entre los bárbaros, y que había ofrecido al rey, al mover guerra a los Griegos, que él iría de general. Pero se dice que Temístocles, como desconfiase de poder salir bien en las cosas de los Griegos, y más todavía, de superar la dicha y esfuerzo y destreza de Cimón, se quitó a si mismo la vida. Preparados así por Cimón los principios de grandes combates, y manteniéndose con su escuadra a la inmediación de Chipre, envió mensajeros al templo de Amón, a inquirir del Dios cierto oráculo oscuro; pues nadie sabe determinadamente a qué fueron enviados. Ni tampoco el dios les dio oráculo alguno, sino que, al tiempo mismo de acercarse, mandó que regresaran los de la consulta, porque él tenía ya consigo a Cimón. Oyendo esto los mensajeros, bajaron al mar, y cuando llegaron al campo de los Griegos, que ya estaba en el Egipto, supieron que Cimón había muerto, y, computando los días que pasaron cerca del oráculo, reconocieron habérseles dado a entender la muerte del caudillo con decírseles que ya estaba con los dioses.

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