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Poco después de la muerte de Sila fue nombrado cónsul con Marco Cota en la Olimpíada ciento setenta y seis, y habiendo muchos que trataban de remover la Guerra Mitridática, dijo Marco que no estaba dormida, sino sondormida solamente; por lo cual, como en el sorteo de las provincias le hubiese cabido a Luculo la Galia Cisalpina, lo sintió vivamente, porque no podía ofrecer ocasión para grandes empresas. Mortificábale, sobre todo, que Pompeyo iba ganando en España una aventajada opinión, y podía tenerse por cierto que, si daba glorioso término a la guerra española, al punto se le nombraría general contra Mitridates. De aquí es que, pidiendo éste caudales, y escribiendo que si no se le facilitaban abandonaría a la España y a Sertorio, pasando a la Italia con todas sus fuerzas, Luculo contribuyó con el mayor empeño a que se le enviasen, para quitar aquel motivo de que volviese durante su consulado, no dudando de que en la ciudad todo estaría a su devoción si en ella se presentase con un ejército tan poderoso. Además de que Cetego, árbitro entonces del gobierno, no por otra causa, sino porque en cuanto hacía y decía no llevaba otra mira que la de complacer, estaba particularmente enemistado con Luculo, por cuanto éste había desacreditado su conducta, cubierta de amores inhonestos, de liviandad y de toda especie de desórdenes. A éste, pues, le hacía guerra abierta; a Lucio Quincio, otro de los demagogos declarado contra las providencias de Sila, que estaba dispuesto a turbar todo el orden establecido, ora mitigándole en particular y ora advirtiéndole en público, logró apartarle de aquel propósito, y sosegó su ambición manejando política y saludablemente el principio de un gravísimo mal.

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