Llamaban los Cretenses a los banquetes públicos andria, y los Lacedemonios, fidicia o porque eran oficinas de amistad y concordia, poniéndose la d en lugar de la l, o porque acostumbraban a la moderación y al ahorro. Tampoco hay inconveniente en que se hubiese arrimado por abuso la primera letra, como algunos quieren, habiéndose llamado edicia, de la comida. Reúnense de quince en quince, y apenas más o menos: pone cada uno de los concurrentes al mes una fanega de harina, ocho coas de vino, cinco minas de queso, dos minas y media de higos, y además, para comprar carne, muy poca cosa en dinero. Fuera de esto, los que sacrificaban primicias, o habían estado de caza, enviaban al banquete alguna parte; porque el que sacrificaba o estaba de caza, si se le hacía tarde, podía quedarse a comer en casa; los demás debían concurrir, y así, se guardó escrupulosamente por mucho tiempo; pues cuando el rey Agis volvió del ejército, después de haber vencido a los atenienses, quiso comer con su mujer, y habiendo enviado a pedir sus raciones, no vinieron en mandárselas los polemarcos; y porque de enfado al día siguiente no hizo el sacrificio a que era obligado, le multaron. A estos banquetes asistían también los muchachos, llevados a ellos como a escuelas de templanza, donde oían conversaciones políticas, y bajo la enseñanza de preceptores libres, se acostumbraban a chancearse, a usar de burlas sin chocarrería, y a sufrirlas, si se chanceaban con ellos; porque se tiene por muy propio de Lacedemonios saber sufrir las chanzas, y el que no las llevaba tenía que declararse ofendido, cesando entonces el que se chanceaba. A cada uno le decía al entrar el más anciano, mostrándole las puertas: “Fuera de éstas no ha de salir palabra.” Dicen que el recibimiento del que quería ser admitido a un banquete se hacía de este modo: tomaba en la mano cada uno de los de aquel banquete un trozo de masa, y al pasar el sirviente, que llevaba en la cabeza una vasija, lo echaba en ella como se echan los votos, el que admitía llanamente; pero el que repugnaba, apretándolo bien en la mano; haciendo aquí el mismo efecto el estar aplastado, que en los votos el estar agujereado; y con sólo encontrarse uno así, no lo admitían, porque querían que la reunión fuese con placer de todos. Al ser así desechado le decía xde se recogen los trozos de masa. De todos sus guisos el más recomendado es el caldo negro, y los ancianos no echan menos la carne, sino que la dejan para los jóvenes, contentándose por toda comida con aquel caldo. Refiérese de uno de los reyes del Ponto, que precisamente por el tal caldo compró un cocinero de Lacedemonia; y que habiéndolo gustado, se indignó contra éste, el cual le dijo: “¡Oh, señor, para que guste este caldo es menester bañarse en el Eurotas!” Después de haber bebido moderadamente se retiran sin farol, porque ni del banquete ni de otra parte es permitido ir con luz, para que se acostumbren a andar de noche resueltamente sin miedo. Y éste es el orden de los banquetes públicos.