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Por esto mismo Mitridates no se halló en la batalla: pues pensando que Luculo hacía la guerra con su acostumbrado sosiego y detención, caminaba muy despacio a unirse con Tigranes; al encontrarse en el camino con algunos Armenios que marchaban precipitadamente, dando indicios de miedo, conjeturó, desde luego, lo sucedido; pero después, tropezando ya con muchos desnudos y heridos, enterado de la derrota, se dirigió a buscar a Tigranes. Hallóle abandonado de todos y abatido; y lejos de añadirle aflicción, echó pie a tierra, y llorando las comunes desgracias le cedió la escolta que le acompañaba, dándole ánimo para lo futuro; así, más adelante volvieron a juntar nuevas fuerzas. En Tigranocerta, los Griegos se sublevaron contra los bárbaros y trataban de abrir las puertas a Luculo, que, aprovechando tan oportuna ocasión, tomó la ciudad. Apoderóse de los tesoros del rey que en ella había; pero entregó al saqueo de los soldados la ciudad misma, en la que sin la demás riqueza se encontraron ocho mil talentos en moneda acuñada; y, sobre todo esto, aún distribuyó del botín ochocientas dracmas a cada soldado. Habiéndosele dado cuenta de haberse cogido muchos histriones y profesores de las artes de Baco, que Tigranes recogía por todas partes, con el objeto de abrir un teatro que había construido, se valió de ellos para los combates y juegos con que celebró su victoria. A los Griegos los remitió a su respectiva patria, socorriéndolos con algún viático, y otro tanto ejecutó con los bárbaros, a quienes se había obligado a emigrar; de lo que resultó que, deshecha una ciudad, se repoblaron muchas, volviendo a recibir sus antiguos habitantes: beneficio por el que veneraron a Luculo como a su favorecedor y bienhechor. Sucedían también prósperamente todas las demás cosas a este insigne varón, que apetecía más las alabanzas dadas a la justicia y la humanidad que no las que se tributaban a sus triunfos militares: porque en éstos tiene no pequeña parte el ejército, y la mayor es de la fortuna, mientras que los otros hechos son pruebas de un ánimo benigno y bien educado; por este medio iba Luculo conquistando a los bárbaros sin armas. Porque los reyes de los Árabes vinieron a buscarle, haciéndole entrega de sus cosas; la nación de los Sofenos se hizo de su partido, y la de los Gordianos llegó hasta el punto de querer abandonar sus ciudades y seguirle con sus mujeres, con este, motivo: Zarbieno, rey de los Gordianos, trató secretamente con Luculo por medio de Apio, según que ya dijimos, de hacer alianza con los Romanos, no pudiendo sufrir la tiranía de Tigranes; pero habiendo sido denunciado, perdió la vida, y juntamente sus hijos y su mujer, antes que aquellos penetrasen en la Armenia. No los echó, pues, Luculo en olvido, sino que, pasando al país de los Gordianos, celebró las exequias de Zarbieno, y adornando la pira con aparato regio en ropas y en oro, con otras preseas de los despojos de Tigranes, él mismo le prendió fuego e infundió en ella las libaciones con los deudos y familiares del difunto, llamándole amigo suyo y aliado de los Romanos. Dispuso también que a toda costa se le levantara un suntuoso y magnífico monumento, habiéndose encontrado muchas preciosidades y oro y plata en los palacios de Zarbieno, en los que había, además, trescientas mil fanegas de trigo, de lo que se aprovecharon los soldados; Luculo tuvo la gloria de que, sin tomar ni un dracma del erario público, con la misma guerra sostenía los gastos de ella.

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