Cuando llegó la noticia de que Mitridates, habiendo vencido a Fabio, marchaba contra Sornacio y Triario, entonces siguieron a Luculo. Triario, ansioso de arrebatar la victoria, que le parecía segura, antes de que llegara Luculo, que ya estaba cerca, fue completamente derrotado en batalla campal; pues se dice que murieron más de siete mil Romanos, y entre ellos ciento cincuenta centuriones y veinticuatro tribunos, habiéndoles Mitridates tomado el campamento. Llegó Luculo pocos días después, y sustrajo a Triario de la ira de los soldados, que le andaban buscando; y como Mitridates rehusase venir a batalla por esperar a Tigranes, que estaba ya en marcha con grandes fuerzas, resolvió, antes que se verificara su reunión, salir al encuentro a Tigranes y pelear con él; pero, sublevados los Fimbrianos cuando ya estaban en camino, abandonaron éstos sus puestos bajo el pretexto de que ya estaban libres del juramento de la milicia, por no corresponder el mando a Luculo después de conferidas a otros sus provincias. Entonces nada hubo que éste no tuviese que sufrir muy fuera de lo que a su dignidad correspondía, bajándose a ir hablándoles de uno en uno y de tienda en tienda, presentándoseles abatido y lloroso, y aun alargándoles a algunos la mano; mas ellos desdeñaban estas demostraciones, y tirándole los bolsillos vacíos, le decían que peleara él solo con los enemigos, pues que él solo había de hacerse rico; con todo, a súplicas de los otros soldados, condescendieron los Fimbrianos en permanecer por aquel estío, mas en el concepto de que, si en este tiempo no se presentaba alguno a pelear con ellos, se marcharían. Por tales condiciones le fue preciso pasar a Luculo, para no abandonar a los bárbaros el país si le dejaban desamparado. Retúvolos, pues, aunque sin emplearlos en acciones ni conducirlos a batalla; dándose por contento con que se quedasen y teniendo que sufrir ver asolada por Tigranes la Capadocia, y que impunemente insultara otra vez aquel mismo Mitridates, de quien él había escrito al Senado que quedaba del todo destruido; por lo que habían ya llegado los enviados del mismo Senado para arreglar las cosas del Ponto como enteramente aseguradas; y lo que encontraron fue que ni de sí mismo era dueño, mofado y escarnecido por los soldados. Llegaron éstos a tal extremo de insolencia, que al expirar el estío tomaron las armas, y, desenvainando las espadas, provocaban a unos enemigos que por ninguna parte se presentaban, hallándose muy escarmentados. Moviendo, pues, grande algazara y batiéndose con sus sombras, se salieron del campamento, protestando que habían cumplido el tiempo por el que a Luculo habían ofrecido quedarse. A los otros los enviaba a llamar Pompeyo, porque ya había sido nombrado general para la guerra de Mitridates y Tigranes, por afición del pueblo hacía él y por adulación y lisonja de los demagogos; mientras que el Senado y los buenos ciudadanos veían la injusticia que se hacía a Luculo dándole sucesor, no de la guerra, sino del triunfo, y obligándosele a dejar y ceder a otro, no el mando, sino el prez de la victoria.