Pues aún parecía esta situación más injusta a los que allí presenciaban los sucesos; porque no era Luculo dueño del premio y del castigo, como es preciso en la guerra, ni permitía Pompeyo que ninguno pasase a verle, o que se obedeciese a lo que disponía y determinaba con los diez enviados, sino que lo daba por nulo, publicando edictos y haciéndose temible por sus mayores fuerzas. Creyeron, sin embargo, conveniente sus amigos el que tuviesen una conferencia; y habiéndose juntado en una aldea de la Galacia, se hablaron con agrado el uno al otro, y se dieron el parabién de sus respectivas victorias, Era Luculo de más edad; pero era mayor la dignidad de Pompeyo, por haber tenido más mandos y por sus dos triunfos. Las fasces que a uno y a otro precedían estaban enramadas con laurel por sus victorias; pero habiendo sido muy larga la marcha de Pompeyo por lugares faltos de agua y de humedad, al ver los lictores de Luculo que el laurel de aquellas fasces estaba seco, alargaron con muy buena voluntad a los otros del suyo, que estaba fresco y con verdor. Tomaron esto a buen agüero los amigos de Pompeyo, porque, en realidad, los prósperos sucesos de aquel contribuyeron a dar realce a la expedición de éste; pero de resulta de la conferencia, en lugar de quedar más amigos, se retiraron más indispuestos entre sí, y Pompeyo, sobre anular todas las disposiciones tomadas por Luculo se llevó consigo los demás soldados, no dejándole para que le acompañaran en el triunfo sino solos mil seis cientos, y aun éstos se quedaban con él de mala gana. ¡Tan mal amañado o tan desgraciado era Luculo en lo que es lo primero y más importante en un general! De manera que si le hubiera acompañado esta dote con las demás que tanto en él resplandecían, con su valor, su actividad, su previsión y su justicia, el mando de los Romanos en el Asia no habría tenido por límite el Eufrates, sino los últimos términos de la tierra y el mar de Hircania; habiendo sido ya todas las demás naciones sojuzgadas con Tigranes, y no siendo las fuerzas de los Partos tan poderosas contra Luculo como se mostraron después contra Craso, por cuanto no tenían igual unión; y antes, por las guerras intestinas y de los pueblos inmediatos, ni siquiera podían sostenerse con vigor contra los insultos de los Armenios. Mas ahora creo que el bien que por sí hizo a la patria, por otros se convirtió contra ésta en mayor daño, a causa de que los trofeos erigidos en la Armenia a la vista de los Partos, Tigranocerta, Nísibis, la inmensa riqueza conducida de ellas a Roma y la misma diadema de Tigranes, traída en cautiverio, impelieron a Craso contra el Asia, en el concepto de que aquellos bárbaros sólo eran presa y despojos seguros y ninguna otra cosa; pero bien pronto, puesto al tiro de las saetas de los Partos, dio a todos el desengaño de que Luculo, no por impericia o flojedad de los enemigos, sino por inteligencia y valor propios, alcanzó de ellos ventajas. Mas de esto se hablará después.