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Que Luculo no sólo se complacía en este tenor de vida que había adoptado, sino que hacía gala de él, se deduce de ciertos rasgos que todavía se recuerdan. Dícese que vinieron a Roma unos Griegos, y les dio de comer bastantes días. Sucedióles lo que era natural en gente de educación, a saber: que tuvieron cierto empacho, y se excusaron del convite, para que por ellos no se hicieran cada día semejantes gastos; lo que, entendido por Luculo, les dijo con sonrisa: “Algún gasto bien se hace por vosotros; pero el principal se hace por Luculo.” Cenaba un día solo, y no se le puso sino una mesa, y, una cena moderada; incomodóse de ello, e hizo llamar al criado por quien corrían estas cosas; y como éste le respondiese que no habiendo ningún convidado creyó no querría una cena más abundante: “¡Pues cómo!- le dijo-. ¿No sabías que hoy Luculo tenía a cenar a Luculo?” Hablábase mucho de esto en Roma, como era regular, y viéndole un día desocupado en la plaza se le llegaron Cicerón y Pompeyo; aquel era uno de sus mayores y más íntimos amigos, y aunque con Pompeyo había tenido alguna desazón con motivo del mando del ejército, solían, sin embargo, hablarse y tratarse con afabilidad. Saludándole, pues, Cicerón, le preguntó si podrían tener un rato de conversación; y contestándole que si, con instancia para ello, “Pues nosotros- le dijo- queremos cenar hoy en tu compañía, nada más que con lo que tengas dispuesto”. Procuró Luculo excusarse, rogándoles que fuese en otro día; pero le dijeron que no venían en ello, ni le permitirían hablar a ninguno de sus criados, para que no diera la orden de que se hiciera mayor prevención, y sólo, a su ruego, condescendieron con que dijese en su presencia a uno de aquellos: “Hoy se ha de cenar en Apolo”, que era el nombre de uno de los más ricos salones de la casa, en lo que no echaron de ver que los chasqueaba, porque, según parece, cada cenador tenía arreglado su particular gasto en manjares, en música y en todas las demás prevenciones, y así, con sólo oír los criados dónde quería cenar, sabían ya qué era lo que habían de prevenir y con qué orden y aparato se había de disponer la cena, y en Apolo la tasa del gasto eran cincuenta mil dracmas. Concluida la cena, se quedó pasmado Pompeyo de que en tan breve tiempo se hubiera podido disponer un banquete tan costoso. Ciertamente que, gastando así en estas cosas, Luculo trataba su riqueza con el desprecio debido a una riqueza cautiva y bárbara.

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