Luculo llevó la guerra mucho más lejos: fue el primero que llegó más allá del Tauro con un ejército: pasó el Tigris; tomó e incendió las cortes de los reyes, Tigranocerta, los Cabirios, Sinope y Nísibis, extendiendo la dominación romana por el Norte hasta el Fasis, por el Oriente hasta la Media y por el Austro hasta el mar Rojo, por medio de los reyes de la Arabia. Desbarató y deshizo el poder de ambos monarcas, no habiéndole faltado más que la materialidad de coger las personas, a causa de que, a manera de fieras, huyeron a refugiarse en desiertos y bosques inaccesibles y de nadie antes pisados. Porque los Persas, como no habían recibido de Cimón considerable daño, muy luego volvieron contra los Griegos y destrozaron sus fuerzas en el Egipto; pero después de Luculo nada dieron ya que hacer Tigranes y Mitridates, pues que éste, enflaquecido y acoquinado con los primeros combates, ni una sola vez se atrevió a sacar ante Pompeyo sus tropas del campamento, sino que bajó en huída al Dósforo, y allí falleció; y Tigranes, él por si mismo, se presentó a Pompeyo, postrándose desnudo ante él, y quitándose la diadema de la cabeza la puso a sus pies, adulando a Pompeyo con una prenda que, más bien que a él, pertenecía al triunfo de Luculo; así, se dio por muy contento cuando recobró los símbolos del reino, reconociendo que ya antes los tenía perdidos; por tanto, es mejor general como mejor atleta el que deja más cansado y debilitado a su contrario. Además de esto, Cimón encontró ya quebrantadas las fuerzas de los Persas y abatido su orgullo con las grandes derrotas que les habían causado y con las incesantes huídas a que los habían obligado Temístocles, Pausanias y Leotíquidas; acometiólos en este estado, y hallándolos ya decaídos y vencidos en los ánimos, le fue muy fácil triunfar de los cuerpos; en cambio, Luculo postró a Tigranes cuando, vencedor en muchos combates, estaba todavía en la plenitud de su poder. En el número no sería tampoco razón comparar los que por Cimón fueron vencidos con los que se reunieron contra Luculo; de manera que al que todo quisiera confrontarlo le había de ser muy difícil el determinarse, pues aun la naturaleza superior parece haberse mostrado aficionada a entrambos, anunciando al uno aquello que le convenía ejecutar, y al otro, aquello de que debía guardarse, habiendo tenido uno y otro en su favor el voto de los Dioses, como dotados de una índole generosa y casi divina.