Mientras Pericles manejó la ciudad, estando dotado de una virtud verdadera y de una poderosa elocuencia, no tuvo necesidad de otros amaños ni de ningún otro prestigio; pero Nicias, que no tenía aquellas prendas, abundando en bienes de fortuna, con ellos ganaba popularidad; faltándole disposición para rivalizar con la flexibilidad y las lisonjas de Cleón, logró atraerse con los coros, con los espectáculos y con otros medios de esta especie, el favor del pueblo, aventajándose en magnificencia y gusto a todos los de su tiempo, y aun a cuantos le habían precedido. Subsisten todavía, de las ofrendas que hizo, el Paladion del alcázar, habiendo perdido el dorado, y el templete que se conserva en el templo de Baco entre los trípodes ofrecidos en iguales ocasiones: porque conduciendo coros venció muchas veces, y en ninguna fue vencido. Dícese que en uno de estos coros compareció representando en el adorno a Baco un esclavo suyo, de hermosa disposición y figura, todavía imberbe y que, habiéndose agradado los Atenienses de su presencia, y aplaudido y palmoteado por largo rato, levantándose Nicias había expresado que tenía a sacrilegio que estuviese en la esclavitud un cuerpo celebrado por su semejanza con el dios, y había dado la libertad a aquel mozo. También se conservan en la memoria, como brillantes y dignos de tan alto objeto, los festejos que hizo en Delo; era lo regular de los coros enviados por las ciudades a cantar las alabanzas de Apolo, durante la navegación, fuesen como a cada uno le cogía, y que, acudiendo mucha gente a la llegada de la nave, se les hiciera cantar sin ningún orden, saltando en tierra en confusión y tomando las coronas y los trajes de la misma manera; mas él, cuando condujo la teoría, aportó a Renea con el coro, con las víctimas y todas las prevenciones, y llevando desde Atenas un puente, construído con las dimensiones convenientes, y adornado magnificamente con dorados, con colores, con coronas y alfombras, por la noche lo echó sobre el espacio que media entre Renea y Delo, que no es grande. Al día siguiente, al amanecer, condujo la procesión que se hacía al dios, y el coro, adornado primorosamente y cantando, y los pasó por el puente. Después del sacrificio, del combate y del festín, presentó al dios, en ofrenda, una palma de bronce, y habiendo comprado un terreno en diez mil dracmas se lo consagró, con destino a que de sus rentas tomaran los de Delo lo necesario para sacrificar y dar un banquete, rogando a los dioses por la prosperidad de Nicias. Porque así lo hizo escribir en la columna que dejó en Delo como monumento de esta dádiva, y la palma, quebrantada de los vientos, vino a caer sobre la estatua grande de los de Naxo y la hizo pedazos.