Viviendo siempre con este temor de los calumniadores, no cenaba con ninguno de los ciudadanos, ni trataba con ellos, ni asistía a sus ordinarias creaciones; en una palabra: no gustaba de semejantes pasatiempos, sino que, cuando era arconte, permanecía en el consistorio hasta la noche, y del Senado salía el último, habiendo entrado el primero; y cuando no tenía negocio público alguno, no se dejaba ver ni admitía a nadie, quieto siempre y encerrado en casa. Sus amigos recibían a los que concurrían a hablarle, y les pedían que le disculparan, porque estaba ocupado en negocios públicos de grande urgencia e importancia. El que principalmente representaba esta farsa, y se desvivía para conciliarle autoridad y opinión, era Hierón, que se había criado en su casa, y a quien el mismo Nicias había ejercitado en las letras y en la música. Dábase por hijo de Dionisio, a quien apellidaron Calco, y de quien se conservan todavía algunas poesías, y que, enviado de comandante de una colonia mandada a Italia, fundó la ciudad de Turios. Este, pues, trataba con los agoreros, de parte de Nicias, en la interpretación de los prodigios y los arcanos, y hacía correr en el pueblo la voz de que Nicias llevaba, por sólo el bien de la república, una vida infeliz y trabajosa, pues ni en el baño ni en la mesa dejaban de ocurrirle asuntos graves, teniendo abandonados sus intereses por cuidar los de su pueblo; tanto, que nunca se acostaba sino cuando los demás habían dormido el primer sueño. De donde provenía estar también su salud quebrantada, y no tener gusto ni humor para conversar con sus amigos, habiendo llegado a perderlos por los negocios públicos, justamente con su hacienda; cuando los demás, ganando amigos y enriqueciéndose con las magistraturas, lo pasan muy bien y se divierten en el gobierno. Y en realidad de verdad, tal venía a ser la vida de Nicias, por lo que él mismo se aplicó aquel epifonema de Agamenón: La majestad preside a nuestra vida; mas de la multitud somos esclavos.