Observando que el pueblo se valía a veces de la prudencia y experiencia de los insignes oradores y sobresalientes políticos, pero que siempre se recelaba y resguardaba de su habilidad, oponiéndose a su esplendor y su gloria, como se veía bien claro en la condenación de Pericles, en el destierro de Damón, en la desconfianza que manifestó la muchedumbre para con Anfitón Ramnusio, y sobre todo en lo ocurrido con Paques, el que tomó a Lesbo, que al dar las cuentas de su expedición, sacando en el mismo tribunal la espada, allí se quitó la vida, procuraba huir de las expediciones arduas y difíciles, y cuando iba de general consultaba mucho a la seguridad, con lo que lograba vencer, como era natural; mas, con todo, no atribuía estos sucesos ni a su inteligencia, ni a su poder, ni a su valor, sino a la fortuna, y se acogía a los dioses, sustrayéndose a la envidia que sigue a la gloria. Convienen con esto los mismos hechos: pues que habiendo sufrido la república en aquel tiempo muchos y grandes descalabros, en ninguno absolutamente tuvo parte; cuando en la Tracia fue vencida por los de Calcis, iban de generales Calíadas y Jenofonte; la derrota de Etolia se verificó siendo arconte Demóstenes; en Delio perdieron mil hombres mandando Hipócrates, y de la peste, la culpa se echó principalmente a Pericles, por haber encerrado en el recinto de la ciudad, a causa de la guerra, a todos los habitantes de la comarca, habiéndose aquella originado de la mudanza de aires y de género de vida. Nicias, pues, se conservó inculpable en todas estas desgracias, y, yendo de general, tomó a Citera, isla muy bien situada para hacer la guerra a la Laconia, y que estaba habitada de Lacedemonios. Recobró también y atrajo a muchos pueblos de Tracia que se habían rebelado. Habiendo encerrado dentro de los muros a los de Mégara, al punto se apoderó de la isla Minoa, y de allí a poco, partiendo de aquel punto, sujetó a Nisea. Bajó de allí a Corinto, y en batalla campal venció su numeroso ejército y a Licofrón, su general. Sucedióle en esta ocasión haberse dejado los cadáveres de dos de sus deudos, por no haberlos echado de menos al tiempo de recoger los muertos. Luego que lo advirtió, hizo alto con el ejército, y envió un heraldo a los enemigos, para tratar de recobrarlos. Según cierta ley y costumbre con ella conforme, los que recogían los muertos, en virtud de convenio, se entendía que renunciaban a la victoria, y no les era permitido levantar trofeo, porque vencen los que quedan dueños, y no quedan dueños los que ruegan, como que no está en su poder tomar lo que piden. Pues, con todo, más quiso hacer el sacrificio del vencimiento y de su gloria que dejar insepultos a dos ciudadanos. Taló, pues, todo el país litoral de la Laconia, y venciendo a los Lacedemonios que se le opusieron tomó a Tirea, guarnecida por los Eginetas, y a los que apresó los trajo cautivos a Atenas.