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Empezaba ya entonces a mostrarse en Atenas Alcibíades, otro orador no tan descompuesto, pero de quien podía decirse lo que de la tierra de Egipto; pues como ésta, por su gran fertilidad, produce Muchas útiles plantas, y, a su lado, otras muchas nocivas y funestas, de la misma manera la índole de Alcibíades, propensa igualmente al bien que al mal, dio ocasión a grandes innovaciones. Por tanto, aunque Nicias llegó a verse desembarazado de Cleón, no tuvo tiempo de tranquilizar y afianzar del todo la república, sino que, habiendo conseguido llevarla por el buen camino, la apartó de él la violencia y fogosidad de Alcibíades, impeliéndole otra vez a la guerra, lo que sucedió de esta manera: Los que principalmente se oponían a la paz de la Grecia eran Cleón y Brásidas: aquel, porque en la guerra no se descubría tanto su maldad, y éste, porque en ella resplandecía más su virtud; como que al uno le daba ocasión para grandes injusticias y al otro para gloriosos triunfos. Mas, como ambos hubiesen muerto en la misma batalla, que fue la de Anfípolis, hallando Nicias a los Espartanos deseosos muy de antemano de la paz, y a los Atenienses con poca confianza de sacar partido de la guerra, y a unos y a otros fatigados y en disposiciones de deponer con el mayor gusto las armas, trabajó por ver cómo conciliar amistad entre las ciudades, y aliviar y dar reposo a los demás Griegos de los males que sufrían, haciendo para en adelante seguro y estable el sabroso nombre de felicidad. Y lo que es a los ancianos, a los ricos, y a las gentes del campo, desde luego los encontró con disposiciones pacíficas; en cuanto a los demás, hablando a cada uno en particular, y procurando convencerlos, logró también retraerlos de la guerra; y cuando así lo hubo ejecutado, dando ya esperanzas a los Espartanos, los excitó y movió a que se presentaran a pedir la paz. Fiáronse de él, ya por su conocida probidad, ya también porque a los cautivos y a los rendidos de Pilo, cuidándolos y visitándolos con humanidad, les hacía más llevadera su desgracia. Habían ya antes ajustado treguas por un año, durante las cuales, reuniéndose unos con otros, y gustando otra vez de sosiego y descanso, y del trato con los propios y con los extranjeros, se les había encendido un vivo deseo de aquella vida exenta de inquietudes y de riesgos; así, oían con gusto a los coros cuando cantaban: Quédate ¡oh lanza! a ser despojo inútil donde enreden su tela las arañas. Érales también sabroso traer a la memoria aquel gracioso dicho de que a los que en la paz toman el sueño no los despiertan las trompetas, sino los gallos. Abominando, pues, y maldiciendo a los que suponían tener el hado dispuesto de aquella guerra se prolongara por tres veces nueve años, trataron y conferenciaron entre sí e hicieron la paz. Formóse entonces generalmente la idea de que aquella reconciliación era estable, y todos tenían siempre a Nicias en los labios, diciendo que era un hombre amado de los dioses, a quien su buen Genio había concedido, por su piedad, que del mayor y más apreciable bien entre todos hubiera tomado el nombre; porque, realmente, así creían obra suya la paz, como de Pericles la guerra; pareciéndoles que éste, por muy pequeños motivos, había arrojado a los Griegos en grandes calamidades, y que aquel les había hecho olvidar los mutuos agravios, volviéndolos amigos. Por tanto, esta paz, hasta el día de hoy, se llama nicia.

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