Olvidado casi de todo lo demás, se ocupaba en hacer sacrificios, hasta que vinieron sobre ellos los enemigos, sitiando con sus tropas de tierra la muralla y el campamento y cercando en rededor el puerto con sus naves; y no sólo ellos, sino hasta los muchachos, conducidos en barquichuelos y en lanchas, provocaban e insultaban a los Atenienses. Uno de éstos, hijo de padres distinguidos, llamado Heraclides, que se había adelantado con su barquichuelo, fue cogido por una nave ática, que salió en su persecución; y como temiese por él Pólico, su tío, corrió, para librarle, con diez galeras que mandaba, y los demás, temiendo por Pólico, movieron igualmente. Trabóse una reñida batalla, en la que vencieron los Siracusanos, con muerte de Eurimedonte y otros muchos. No pudieron ya aguantar más los Atenienses, y empezaron a gritar contra los generales, clamando por que dispusieran la retirada por tierra, pues los Siracusanos, luego que hubieron alcanzado la victoria, custodiaron y cerraron la salida del puerto. Rehusaba Nicias venir en semejante resolución, porque le parecía cosa terrible abandonar un grandísimo número de transportes y muy pocas menos de doscientas galeras; embarcó, pues, lo más escogido de la infantería y los más robustos entre los tiradores, y ocupó con ellos ciento diez galeras, porque las restantes estaban desprovistas de remos. La demás tropa la situó a la orilla del mar, abandonando el gran campamento y la muralla que remataba en el templo de Heracles; de manera que, no habiendo ofrecido los Siracusanos al dios tiempo había los acostumbrados sacrificios, entonces, saltando en tierra, cumplieron con este acto religioso los sacerdotes y los generales.