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Entretanto que esto pasaba, Hirodes había ya hecho la paz con el rey de Armenia, Artabaces, y había convenido en tomar la hermana de éste para mujer de su hijo Pácoro. Con este motivo eran frecuentes los banquetes y festines de uno a otro, y se entretenían con las representaciones teatrales de la Grecia, porque Hirodes no ignoraba ni la lengua ni las letras griegas y Artabaces componía tragedias y había escrito oraciones e historias, de las cuales algunas todavía se conservan. Cuando la cabeza de Craso fue conducida a las puertas del palacio no se habían levantado las mesas, y un representante de tragedias, llamado Jasón, natural de Tralis, estaba recitando el pasaje de Agave de la tragedia de Eurípides Las Bacantes. En medio de los aplausos que se le daban se presentó Silaces ante el rey, y adorándole arrojó en medio la cabeza de Craso. Grande fue con esto la algazara de los Partos, su alegría y su júbilo; y habiendo hecho los sirvientes tomar asiento a Silaces, de orden del rey, Jasón dio las ropas y ornato de Penteo a uno de los del coro, y tomando él la cabeza de Craso en la mano se puso a hacer el bacante, y recitó con entusiasmo y con canto aquellos versos: Del monte a nuestro techo esta dichosa caza traemos ahora mismo de flecha traspasada. Esto fue de diversión para todos; pero cantándose en seguida los otros versos, alternados con el coro: ¿Quién le tiró primero? Mío, mío es el premio, entonces, levantándose Pomaxatres, que también asistía a la cena, echó mano a la cabeza, diciendo que aquello más le tocaba a él que al actor; lo que cayó muy en gracia al rey; y habiéndole remunerado, según la costumbre patria, dio a Jasón un talento. Este término se dice haber tenido la expedición de Craso, acabando verdaderamente como una tragedia. Hirodes y Surenas experimentaron, al fin, castigos dignos, el uno de su crueldad y el otro de su perjurio; porque a Surenas, de allí a poco, le quitó la viela Hirodes, envidioso de su gloria, y a éste, después de haber perdido a Pácoro, muerto en una batalla, en que fue vencido de los Romanos, en ocasión de hallarse doliente de una enfermedad que declinaba en hidropesía, su otro hijo Fraates, atentando contra su vida, le dio acónito; mas como la enfermedad recibiese bien el veneno, de manera que con él terminó, habiéndose quedado Hirodes enteramente enjuto, tomó aquel el camino más corto, y entrando en su cuarto le ahogó.

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