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A veces, alzando la mano en la aspereza de la educación, no impedían a los jóvenes que tuvieran algún cuidado del cabello y de su adorno en armas y vestidos, mirándolos con la complacencia con que se mira a los caballos, orgullosos y engreídos al dirigirse al combate. Por tanto, criando cabello luego que salían de la edad pueril, ponían en él particular esmero entre los peligros de la guerra, para que apareciese limpio y bien peinado, teniendo presente cierta sentencia de Licurgo a este propósito, porque decía que el cabello a los bien parecidos los hacía más hermosos, y a los feos mucho más espantosos. Aun en los ejercicios usaban de más blandura cuando estaban en el ejército, y todo el método de vida no lo llevaban allí para con los jóvenes tan riguroso y tan tirante: de manera que sólo para ellos, entre todos los hombres, venía a ser la guerra un descanso de los ejercicios marciales. Formada la falange, y estando ya a la vista los enemigos, el rey hacía el sacrificio de una cabra, y al mismo tiempo daba la orden a todos de que se coronasen, y a los flautistas la de que tañesen el aire de Cástor, y también daba el tono para el himno de embestir; de manera que todo esto, hacía grave y terrible la vista de unos hombres que marchaban al numeroso sonido de las flautas, sin claros en la falange, sin turbación alguna en sus espíritus, y que más bien con semblante dulce y alegre eran por la música como atraídos al peligro; pues no era de creer que cayese o excesivo miedo o excesiva cólera en hombres así dispuestos, sino una gran calma de espíritu con esperanza y osadía, como si un dios se les apareciese. Marchaba contra los enemigos el rey, teniendo consigo a uno que llevase corona obtenida en los juegos solemnes: refiérese, por tanto, que uno a quien en Olimpia se le daban grandes sumas por no luchar, y no quiso recibirlas, sino que con la mayor fatiga luchó y venció a su contrario, diciéndosele después: “¿Qué es lo que has adelantado, oh Espartano, con la victoria?”, respondió sonriéndose: “Pelearé con los enemigos formado delante del rey.” Vencidos y puestos en retirada los enemigos, los perseguían sólo hasta dejar con su fuga bien asegurada la victoria; y después retirábanse ellos también, no reputando por acción generosa o digna de los Griegos el deshacer y aniquilar a los que cedían y dejaban el campo; lo que no sólo era honesto y laudable, sino útil también: porque sabiendo los que tenían guerra con ellos que acababan con los que eran obstinados, pero perdonaban a los que se rendían, tenían por más provechoso el retirarse que el hacerles frente.

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