No era menos atendida la educación que se les daba acerca del esmero y pureza en el lenguaje; y sus versos tenían cierto aguijón que elevaba el ánimo y promovía los intentos alentados y activos. La dicción era sencilla y sin ornato sobre asuntos graves y morales, siendo por lo común o elogios de los que habían muerto por Esparta, en los que se ponderaba su dichosa suerte, o reprensiones de los medrosos, haciendo ver la miserable y desgraciada vida que vivían, u ostentación también y jactancia de su virtud, que no desdecía de las respectivas edades: de los cuales poemas no será fuera de propósito presentar uno para muestra; porque formándose tres coros en las fiestas, según las edades, empezando el de los ancianos, cantaba: Fuimos nosotros fuertes y animosos cuando gozamos de la edad lozana. Respondiendo el de los hombres de florida edad, decía: Nosotros hoy lo somos: quien lo dude, venga, y la prueba le estará bien cara. El tercero de los mocitos: Nosotros lo seremos algún día, y a todos os haremos gran ventaja. Finalmente, si alguno pusiese la atención en los poemas lacónicos, que todavía nos quedan algunos, y examinase sus ritmos marciales, los que cantaban a la flauta al tiempo de embestir a los enemigos, juzgaría que no sin razón unieron Terpandro y Píndaro la fortaleza con la música; porque el primero cantó de los Lacedemonios: Florece allí de juventud el brío, la dulce musa y la justicia franca. Y Píndaro dice: Allí de los ancianos el consejo, la intrepidez de juventud brillante, los coros, y las musas, y el contento: porque a un tiempo los representan muy músicos y muy guerreros, Que andar suelen al lado uno de otro, usar bien del acero y de la lira, como dice el poeta espartano. Porque antes de la batalla el rey sacrificaba a las Musas, como en memoria de su educación, y de que se estaba en momentos críticos, para que aquellas los asistiesen en los peligros y diesen a los que combatían hacer cosas dignas de que se hablase de ellos.