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Es verdad que los Macedonios, en tiempo de serenidad, se dejaban corromper por los que los agasajaban, que frecuentaban las puertas de éstos y les hacían la guardia como a sus caudillos; pero cuando Antígono vino a acamparse inmediato a ellos con grandes fuerzas, y los negocios les arrancaron la confesión ingenua de que necesitaban un verdadero general, no solamente los soldados se sometieron a Éumenes, sino que cada uno de aquellos que en la paz y el regalo se ostentaban grandes cedió entonces y se prestó a ponerse sin chistar en el lugar que se le señaló; y en el río Pasitigris, como Antígono intentase pasarlo, los demás que habían sido apostados en diferentes puntos ni siquiera le sintieron, y sólo se le opuso Éumenes, el cual, trabando con él batalla, hizo en sus tropas gran destrozo, llenando de cadáveres la corriente, y le tomó cuatro mil cautivos. Mas, habiéndole sobrevenido una enfermedad, entonces fue cuando principalmente se vio que, si los Macedonios acariciaban a los otros por sus brillantes banquetes y fiestas, para mandar y hacer la guerra en él sólo tenían confianza. Porque habiéndoles dado una espléndida comida Peucestas, repartiendo a víctima por cabeza para el sacrificio, esperó por este medio hacerse el primero; pero al cabo de pocos días sucedió lo siguiente: estaban los soldados en marcha contra los enemigos, y fue preciso que a Éumenes, que había enfermado gravemente, se le condujese en litera a cierta distancia del campamento, por la falta de sueño; a poco que habían andado, se les aparecieron repentinamente los enemigos, que, vencidos unos collados, descendían a la llanura, y luego que desde las cumbres resplandeció con el sol el brillo de las armas de oro de una tropa que caminaba en orden, y vieron las torres de los elefantes y las ropas de púrpura, que era el adorno de que usaban cuando se presentaban a batalla, parándose los que iban los primeros en la marcha, empezaron a gritar que se llamara a Éumenes, porque no mandando él no pasaban adelante; y fijando las armas en el suelo, se daban unos a otros la voz de hacer alto, y a los jefes la de que también se detuvieran y sin Éumenes no se peleara ni se aventura la acción con los enemigos. Habiéndolo entendido Éumenos, vínose a ellos con celeridad, dando priesa a los que le conducían, y descorriendo de uno a otro lado las cortinas de la litera les alargaba la mano con el semblante más placentero. Ellos, por su parte, luego que le vieron, le saludaron en lengua macedónica, levantaron en alto los escudos, y haciendo ruido con las azcona provocaron con algazara a los enemigos, manifestando que ya había llegado su general.

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