Noticioso Antígono por los cautivos de que Étimenes se hallaba doliente, y que por su mal estado era preciso le llevaran en litera, creyó que no sería de gran trabajo derrotar a los demás durante su enfermedad, y así, se apresuró a darles batalla. Mas cuando al estar cerca de los enemigos, que ya se hallaban prestos, observó su formación y su admirable orden, se quedó parado por un rato. Vióse luego la litera, que era conducida de la una ala a la otra, y entonces, echándose a reír Antígono a carcajadas, como solía, dijo a sus amigos: “Aquella litera, según se ve, es la que nos hace la guerra”, y al punto retrocedió con sus fuerzas y se volvió al campamento. Los del otro partido, apenas respiraron un poco, perdieron de nuevo la subordinación, y dándose al regalo, a ejemplo de los jefes, ocuparon para invernar casi toda la región de los Gabenos: de manera que los últimos tenían sus tiendas a cerca de mil estadios de distancia de los primeros. Luego que lo supo Antígono, marchó otra vez contra ellos de sorpresa, por un camino áspero y desprovisto de agua, pero corto, y por el que se atajaba mucha tierra, esperando que si los sobrecogía tan desparramados en sus cuarteles de invierno, ni siquiera les había de ser fácil a los caudillos el reunirlos. Mientras así caminaban por un terreno inhabitado, sobrevinieron huracanes fuertes y crudos hielos, que estorbaron la rapidez de la marcha, molestando y fatigando el ejército: fue, pues, recurso preciso el encender muchas hogueras. De aquí nació el ser descubiertos por los enemigos, porque aquellos bárbaros que apacentaban sus ganados en los montes que miraban hacia el desierto, admirados de ver tantos fuegos, despacharon mensajeros en dromedarios para dar aviso a Peucestas. Luego que recibió esta noticia, con el temor salió fuera de sí, y viendo a los demás en igual disposición determinó huir, llevándose tras sí a los soldados que encontraba al paso; pero Éumenes desvaneció su turbación y su miedo, ofreciéndoles que contendría la celeridad de los enemigos, de manera que llegarían tres días más tarde de lo que se esperaba. Diéronle asenso, y al mismo tiempo que envió órdenes para que todas las tropas se reunieran sin dilación desde sus respectivos cuarteles, montó a caballo con los demás caudillos, y escogiendo en las cumbres un lugar que estuviera bien a la vista de los que caminaban por el desierto, midió en él las distancias, y mandó que de trecho en trecho encendieran fuegos, del mismo modo que si hubiera un campamento. Hízose así, y descubiertas las hogueras por Antígono desde los montes, le sobrevino gran pesar y desaliento, por parecerle que muy de antemano lo habían sabido los enemigos y marchaban en su busca. Para no verse, pues, en la precisión de haber de pelear, cansado y fatigado del camino, contra tropas prevenidas y descansadas, abandonando el atajo hizo la marcha por las aldeas y ciudades, para reponer de esta manera su ejército. Como no encontrase ningún estorbo de los que se encuentran siempre cuando los enemigos se hallan cerca, y los paisanos le dijesen que no se había visto ningún ejército, y sí todo aquel sitio lleno de hogueras, conoció que había sido burlado por Éumenes, y mortificado sobremanera continuó con ánimo de que la contienda se decidiese en formal batalla.