Entre tanto, reunida la mayor parte de la tropa del ejército de Éumenes, y celebrando su gran talento, resolvió que él solo tuviera el mando. Disgustados y resentidos de ello los caudillos de los Argiráspidas, Antígenes y Téutamo, empezaron a pensar en los medios de perderle, y, teniendo una junta con los más de los otros sátrapas y caudillos, trataron de cómo y cuándo habían de acabar con Éumenes. Como conviniesen todos en que para la batalla se valdrían de él, y terminada le quitarían del medio, Eudamo, conductor de los elefantes, y Fédimo dieron secretamente parte a Éumenes de lo determinado, no por amistad o inclinación, sino por el cuidado de no perder el dinero que le tenían dado a logro. Mostróseles agradecido Éumenes; retiróse a su tienda; y diciendo a sus amigos que estaba rodeado de una caterva de fieras, ordenó su testamento. Rasgó después y rompió las cartas y escritos que conservaba, no queriendo que después de su muerte se suscitaran pleitos y calumnias contra sus autores. Arregladas estas cosas, estuvo perplejo entre poner la victoria en manos de los enemigos y huir por la Media y Armenia para meterse en la Capadocia; pero cercado por los amigos, a nada se resolvió sino que, impelido por su ánimo por el mismo conflicto a mil diversos pensamientos, por fin ordenó el ejército, exhortando a los Griegos y a los bárbaros, y siendo a su vez alentado por la falange y los Argiráspidas con la voz de que no los esperarían los enemigos. Eran éstos los soldados veteranos del tiempo de Filipo y de Alejandro, atletas nunca vencidos en la guerra, y que habían llegado hasta esta época, teniendo los más de ellos setenta años y no bajando ninguno de sesenta. Por esta causa, al acercarse a los soldados de Antígono les gritaron “¿Contra vuestros padres hacéis armas, malas cabezas?” y cargando con furia, en un momento destrozaron toda su falange, no haciéndoles nadie resistencia y pereciendo casi todos a sus manos: así en esta parte fue Antígono enteramente derrotado; pero con la caballería quedó vencedor; y como Peucestas hubiese peleado floja y cobardemente, tomó todo el bagaje, ya porque en el peligro obró con el mayor cuidado y vigilancia, y ya también por favorecerle el terreno, que era una llanura vasta, no profunda ni dura y firme, sino arenosa y llena de un salitre seco y enjuto, que, pisoteado por tantos caballos y tantos hombres todo el tiempo que duró la acción, levantaba un polvo parecido a la cal viva, que emblanquecía el aire y quitaba la vista; con lo que pudo más fácilmente Antígono, sin ser visto, apoderarse de los equipajes de los enemigos.