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Al hablarles así Éumenes, las tropas se mostraban oprimidas de dolor, y prorrumpieron en llanto, pero los Argiráspidas gritaron: “que marcharan con él, y no se diera oído a aquellas chocheces, pues no debía atenderse a las quejas de un miserable Quersonesita, que en mil guerras había dejado desnudos a los Macedonios, sino a que los primeros entre los soldados de Alejandro y de Filipo, después de tantos trabajos, no quedaran privados del premio de su vejez, teniendo que recibir el sustento de otros, y siendo ya tres las noches que sus mujeres eran afrentadas por los enemigos”; y al mismo tiempo se lo llevaron a toda prisa. Antígono, temiendo a la muchedumbre que acudía, porque no había quedado nadie en el campamento, envió diez de los más valientes elefantes y gran número de lanceros, Medos y Partos, para oponerse al tropel. Por su parte, no pudo resolverse a ver a Pumenes, a causa de su antiguo trato y amistad, y habiéndole preguntado, los que se habían encargado de su persona, cómo le guardarían, “Como a un elefante”, les respondió, “o como a un león”. Túvole después alguna lástima, y dio orden de que se le quitaran las prisiones pesadas y se le consintiera tener a su lado un joven de su confianza para ungirse, permitiendo además que de sus amigos le visitasen los que quisieran y le proveyesen de lo que hubiera menester. Como hubiese estado muchos días pensando qué haría de él, escuchó los ruegos y las ofertas que en su favor hacían Nearco Cretense y su hijo Demetrio, que aspiraban a salvar a Éumenes, cuando todos los demás se oponían y le instaban para que se deshiciera de él. Refiérese haber preguntado Éumenes a Onomarco, encargado de su custodia, por qué Antígono, teniendo en su mano a un hombre que era su enemigo y su contrario, o no le quitaba la vida cuanto antes, o no le dejaba libre, usando de generosidad; y que, habiéndole Onomarco respondido con desdén que no era entonces cuando había de mostrar arrogancia y desprecio de la muerte, sino en la batalla, le replicó Éumenes: “Por Zeus, que también entonces le tuve; pregunta, si no, a los que han venido conmigo a las manos, porque no he encontrado ninguno que me hiciera ventaja”; a lo que había repuesto Onomarco: “Pues ya que ahora le has encontrado, ¿por qué no aguardar su disposición?”

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