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Cuando ya Antígono se resolvió a que se acabara con Éumenes, mandó que se le quitara el alimento; y por dos o tres días se le tuvo sin comer, para que así falleciese; pero habiendo sido preciso levantar repentinamente el campo, introdujeron un hombre que le quitó la vida. El cadáver lo entregó Antígono a sus amigos, permitiéndoles quemarlo, y que recogieran en una urna de plata sus despojos, para ponerla en manos de su mujer y de sus hijos. Habiendo sido de este modo asesinado Éumenes, la Divinidad por sí no dio castigo alguno a los demás caudillos y soldados que fueron traidores contra él, pero el mismo Antígono, habiendo echado lejos de sí a los Argiráspidas, como impíos y feroces, los entregó a Sibircio, gobernador de Aracosia, con orden de que por todos los medios los atormentara y destruyera, para que ninguno de ellos volviera a poner el pie en la Macedonia ni a ver el mar de Grecia.

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