Habiendo regresado Mario del África, y puéstose a las órdenes de Cina, como correspondía lo hiciese un particular respecto de un cónsul, los demás eran de opinión de que convenía recibirle; pero Sertorio se opuso, bien fuera por creer que Cina le atendería menos luego que tuviese cerca de sí a un militar de más nombre, o bien por la dureza de Mario, no fuera que lo echara todo a perder, abandonándose a una ira que pasaba todos los términos de lo justo cuando quedaba superior. Decía, pues, que era muy poco lo que les quedaba que hacer hallándose ya vencedores, y que si recibían a Mario éste se arrogaría toda la gloria y todo el poder, siendo hombre desabrido y muy poco de fiar para la comunión de mando. Respondiále Cina que discurría con acierto; pero que él estaba entre avergonzado y dudoso para alejar a Mario, a quien él mismo había llamado a tener parte en la empresa; a lo que le repuso Sertorio: “Pues yo, en el concepto de que Mario había venido a Italia por impulso propio, reflexionaba sobre el partido que convendría tomar; pero tú no has debido conferenciar sobre este negocio cuando llega el que tú deseabas que viniese, sino admitirle y valerte de él, pues que la palabra empeñada no debe dejar lugar a reflexiones”. Resolvióse, por tanto, Cina a llamar a Mario, y, habiendo repartido las tropas en tres divisiones, las mandaron los tres. Terminóse la guerra; y entregados Cina y Mario a toda crueldad e injusticia, tanto que a los Romanos les parecían ya oro los males de la guerra, se dice que sólo Sertorio no quitó a nadie la vida, por aversión, ni se ensoberbeció con la victoria, sino que antes se mostró irritado de la conducta de Mario; y hablando a solas a Cina e intercediendo con él logró ablandarlo. Finalmente, como a los esclavos que tuvo Mario por camaradas en la guerra, y de quienes se valió después como ministros de tiranía, les hubiese dado éste más soltura y poder de lo que convenía, concediéndoles o mandándoles unas cosas, y propasándose ellos a otras con la mayor injusticia, dando muerte a sus amos, solicitando a sus amas y usando de toda violencia con los hijos, no pudo Sertorio llevarlo en paciencia, y hallándose reunidos en un mismo campamento los hizo asaetar a todos, que no bajaban de cuatro mil.