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En los campos seguntinos había reducido a los enemigos a la última escasez, y le fue preciso combatir con ellos en ocasión que bajaban a merodear y hacer provisiones. Peleóse denodadamente por una y otra parte, y Memio, el mejor caudillo de los que militaban bajo Pompeyo, murió en lo más recio de la batalla. Vencía, por tanto, Sertorio, y con gran mortandad de los que se le oponían trataba de penetrar hasta Metelo, el cual, sosteniéndose y peleando alentadamente, fuera de lo que permitía su edad, fue herido de un bote de lanza. Los Romanos, que vieron el hecho, o llegaron a oírlo, se cubrieron de vergüenza de que pudiera decirse abandonaban a su general, y al mismo tiempo se encendieron en ira contra los enemigos. Protegiéronle, pues, con los escudos, y combatiendo esforzadamente, no sólo le retiraron, sino que rechazaron a los Españoles. Mudóse con esto la suerte de la victoria, y Sertorio, para proporcionar a los suyos una fuga segura y dar tiempo a que le llegaran nuevas tropas, se retiró a una ciudad montuosa y bien fortificada, cuyos muros empezó a reparar, y a obstruir sus puertas, sin embargo de que en todo pensaba más que en aguantar allí un sitio, sino que así engañó a los enemigos. Porque atendiendo a él solo, y esperando que sin dificultad se apoderarían de la ciudad, no pensaron en perseguir a los bárbaros en su fuga, ni hicieron caso de las fuerzas que de nuevo acudían a Sertorio. Reuníalas en tanto, enviando caudillos a las ciudades que estaban por él, y dándoles orden de que cuando tuvieran bastante número se lo avisaran por un emisario. Cuando ya tuvo estos avisos, salió sin trabajo por medio de los enemigos, fue a unirse con su gente, y presentándose otra vez con respetables fuerzas les interceptaba a aquellos los víveres: los que podían venirles por tierra, armándoles celadas, cortando sus partidas y apareciéndose por todas partes, sin darse ni darles reposo; y los del mar, por medio de barcos corsarios, con los que era dueño de la marina, en términos que, precisados los generales romanos a separarse, Metelo se retiró a la Galia, y Pompeyo hubo de invernar con incomodidad en los Vacceos, por falta de fondos; escribiendo al Senado que no regresaría con el ejército si no se le enviaba dinero: porque ya había gastado todo su caudal peleando por la Italia; en Roma no se hablaba de otra cosa sino de que Sertorio llegaría antes a la Italia que Pompeyo. ¡A este punto trajo la pericia y destreza de Sertorio a los primeros y más hábiles generales de aquel tiempo!

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