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Manifestó el mismo Metelo cuánto le imponía este insigne varón, y cuán ventajoso era el concepto que de él tenía, porque hizo publicar por pregón que si algún Romano le quitaba la vida le daría cien talentos de plata y veinte mil yugadas de tierra, y si fuese algún desterrado le concedería la vuelta a Roma; lo que era desesperar de poderlo conseguir en guerra abierta, poniéndolo en almoneda para una traición. Además, habiendo vencido en una ocasión a Sertorio, se envaneció tanto y lo tuvo a tan grande dicha, que se hizo saludar emperador, y las ciudades por donde transitaba le recibían con sacrificios y con aras. Dícese que consintió le ciñeran las sienes con coronas y que se le dieran banquetes suntuosos, en los que brindaba adornado con ropa triunfal. Teníanse dispuestas victorias con tal artificio, que por medio de resortes le presentaban trofeos y coronas de oro, y había, coros de mozos y doncellas que le cantaban himnos de victoria: haciéndose justamente ridículo con semejantes demostraciones, pues que tanto se vanagloriaba y tal contento había concebido de haber quedado vencedor por haberse él retirado espontáneamente respecto de un hombre a quien llamaba el fugitivo de Sila y el último resto de la fuga de Carbón. De la grandeza de ánimo de Sertorio son manifiestas pruebas, lo primero, el haber dado el nombre de Senado a los que de este Cuerpo habían huido de Roma y se le habían unido, y el elegir entre ellos los Cuestores y Pretores, procediendo en todas estas cosas según las leyes patrias; y lo segundo, el que, valiéndose de las armas, de los bienes y de las ciudades de los Españoles, ni en lo más mínimo partía con ellos el sumo poder, y a los Romanos los establecía por sus generales y magistrados, como queriendo reintegrar a éstos en su libertad y no aumentar a aquellos en perjuicio de los Romanos. Porque era muy amante de la patria y ardía en el deseo de la vuelta; sino que viéndose maltratado se mostraba hombre de valor; mas nunca hizo contra los enemigos cosa que desdijese, y después de la victoria enviaba a decir a Metelo y a Pompeyo que estaba pronto a deponer las armas y a vivir como particular si alcanzaba la restitución; porque más quería ser en Roma el último de los ciudadanos, que no que se le declarara emperador de todos los demás, teniendo que estar desterrado de su patria. Dícese que era gran parte su madre para desear la vuelta, porque había sido criado por ella siendo huérfano, y en todo no tenía otra voluntad que la suya. Así es que, llamado ya por sus amigos al mando en España, cuando supo que su madre había muerto estuvo en muy poco que no perdiese la vida de dolor, porque siete días estuvo tendido en el suelo sin dar señal a los soldados ni dejarse ver de ninguno de sus amigos, y con dificultad los demás caudillos y otras personas de autoridad, rodeándole en su tienda, pudieron precisarle a que saliera y hablara a los soldados, y se encargara de los negocios, que iban prósperamente; por lo cual muchos entienden que él era naturalmente de condición benigna e inclinado al reposo, y que, por accidentes que sobrevinieron, tuvo que recurrir contra su deseo a mandos militares, y no encontrando seguridad sino en las armas, que sus enemigos le forzaron a tomar, le fue preciso hacer de la guerra un resguardo y defensa de su persona.

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