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Hemos referido lo que en cuanto a Éumenes y Sertorio hemos podido recoger digno de memoria, y viniendo a la comparación, es común a entrambos el que, siendo extranjeros, advenedizos y desterrados, hubiesen llegado a ser y se hubiesen mantenido generales de naciones diversas, de tropas aguerridas y de poderosos ejércitos. Tuvieron de particular: Sertorio, el haber ejercido un mando que le fue conferido por sus aliados, a causa de su grande reputación, y Éumenes, el que, contendiendo muchos con él por el mando, a sus hazañas debió la primacía; al uno le siguieron voluntariamente los que querían ser mandados en justicia, y al otro le obedecieron por su propia conveniencia los que eran incapaces de mandar. Porque el uno, siendo Romano, mandó a los Íberos y Lusitanos, y el otro, siendo del Quersoneso, mandó a los Macedonios; de los cuales aquellos hacía tiempo que servían a los Romanos, y éstos traían entonces sujetos a todos los hombres. Al generalato ascendieron: Sertorio, siendo admirado en el Senado y en el ejército, y Éumenes, siendo despreciado, a causa de no ser más que un escribiente: así, Éumenes no sólo tuvo menos proporciones para el mando, sino que tuvo también mayores obstáculos para sus adelantamientos; porque hubo muchos que abiertamente se le opusieron, y muchos que solapadamente le armaron asechanzas; no como el otro, a quien a las claras nadie, y a lo último sólo unos pocos de sus confederados, ocultamente se le sublevaron. Por tanto, para el uno era el fin de todo peligro el vencer, a los enemigos, y para el otro, el mismo vencer era un peligro de parte de los que le envidiaban.

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