En las llamadas greyes de los jóvenes que se educaban juntos tuvo por amador a Lisandro, prendado principalmente de su carácter modesto; pues aunque muy sensible a los estímulos de la emulación, y el de genio más pronto entre los de su edad, por lo que en todo aspiraba a ser el primero, y se mostraba irreducible e inflexible en la vehemencia de lo que emprendía, era, por otra parte, de aquellos con quienes pueden más la persuasión y la dulzura que el miedo, y de los que por pundonor ejecutan cuanto se les manda, siéndoles de más mortificación las reprensiones que de cansancio los trabajos. El defecto de una de sus piernas lo encubrió en la flor de su edad la belleza de su halagüeño semblante; el llevarlo con facilidad y alegría, usando de chistes y burlas contra sí mismo, lo disimulaba y que lo desvanecía en gran parte; y aun por él sobresalía y brillaba más su emulación, pues que ningún trabajo ni fatiga le acobardaba no obstante su cojera. No tenemos su retrato, porque no lo permitió, y, antes, al morir encargó que no se hiciera ningún vaciado ni ninguna especie de imagen que representara su persona. La memoria que ha quedado es que fue pequeño y de figura poco recomendable; pero su festividad y su alegre buen humor en todo tiempo, sin manifestar enfado ni cólera, ni en la voz ni en el semblante, le hizo hasta la vejez más amable que los de la más gallarda disposición. Refiere, sin embargo, Teofrasto que los Éforos impusieron una multa a Arquidamo por haberse casado con una mujer pequeña: “porque no nos darás reyes- decían-, sino reyezuelos”.