Cuando fue tiempo de volver otra vez a la guerra anunció que se dirigía a la Lidia, no ya con ánimo de engañar a Tisafernes, sino que él mismo se engañó, no queriendo dar crédito a Agesilao, a causa del pasado error; pensó, por tanto, que su marcha sería a la Caria, por ser terreno poco a propósito para la caballería, de la que estaba escaso. Mas cuando Agesilao se encaminó, como lo había dicho al principio, a los campos de Sardes, le fue preciso a Tisafernes correr a aquella parte, y moviendo con la caballería acabó al paso con muchos de los Griegos, que andaban desordenados asolando el país. Reflexionando, pues, Agesilao que no podía llegar tan presto la infantería de los enemigos, cuando a él nada le faltaba de sus fuerzas, se dio priesa a venir a combate, e interpolando con la caballería algunas tropas ligeras les dio orden de que acometieran rápidamente a los contrarios, y él cargó también al punto con la infantería. Pusiéronse en fuga los bárbaros; y yendo en su persecución los Griegos, les tomaron el campamento e hicieron en ellos gran matanza. De resultas de esta batalla no sólo se hallaron en disposición de correr y talar a su arbitrio toda aquella provincia del imperio del rey, sino también de presenciar el castigo de Tisafernes, hombre malo y enemigo implacable de la nación griega; porque el rey envió sin dilación contra él a Titraustes, quien le cortó la cabeza; y con deseo de que Agesilao, haciendo la paz, se retirara a su país, envió quien se lo propusiera, ofreciéndole grandes intereses; pero éste dijo que la paz dependía sólo de la república, que por su parte más se alegraba de que sus soldados se enriquecieran, que enriquecerse él mismo, y que, además, los Griegos tenían por más glorioso que el recibir presentes tomar despojos de los enemigos. Con todo, queriendo manifestar algún reconocimiento a Titraustes por haber castigado a Tisafernes enemigo común de los Griegos, condujo el ejército a la Frigia, recibiendo de aquel en calidad de viático treinta talentos. Estando en marcha le fue entregado un decreto de los que ejercían la autoridad suprema en Esparta, por el que se le daba también el mando de la armada naval: distinción de que sólo gozó Agesilao el cual era, sin disputa, el mayor y más ilustre de cuantos vinieron en su tiempo, como lo dijo también Teopompo, pues que más quería ser apreciado por su valor que por sus dignidades y mandos. Sin embargo, entonces, habiendo hecho jefe de la armada a Pisandro, pareció apartarse de estos principios; porque no obstante haber otros más antiguos y de más capacidad, sin atender al bien común, y dejándose llevar del parentesco y del influjo de su mujer, de la que era hermano Pisandro, puso a éste al frente de la armada.