Pasado ya el segundo año de su expedición, era mucho lo que en la corte del rey se hablaba de Agesilao, y grande la fama de su moderación, de su sobriedad y de su modestia. Porque armaba para si sólo su pabellón en los templos de mayor veneración, a fin de tener a los dioses por espectadores y testigos de aquellas cosas que no solemos hacer en presencia de los hombres; y entre tantos millares de soldados no sería fácil que se viese lecho ninguno más desacomodado o más pobre que el de Agesilao. Con respecto al calor y al frío, se había acostumbrado de manera que parecía formado exprofeso para las estaciones tales cuales por los dioses eran ordenadas; y era para los Griegos que habitaban en el Asia el espectáculo más agradable ver a los gobernadores y generales, que antes eran molestos e insufribles, y que estaban corrompidos por la riqueza y el regalo, temer y lisonjear a un hombre que se presentaba con una pobre túnica, y hacer esfuerzos por mudarse y transformarse a una sola expresión breve y lacónica; de manera que a muchos les venía a la memoria aquel dicho de Timoteo: Tirano es el dios Ares; mas a Grecia el oro corruptor no la intimida.