Al retirarse Farnabazo con sus amigos se detuvo su hijo, y corriendo hacia Agesilao le dijo con sonrisa: “Yo te hago ¡oh Agesilao! mi huésped” y teniendo en la mano un dardo, se lo presentó; tom6lo Agesilao, y causándole placer su aspecto y su obsequio, miró si entre los que le rodeaban tendrían alguna cosa con que pudiera remunerar a aquel gracioso y noble joven; y viendo que el caballo de su secretario Ideo tenía preciosos jaeces, se los quitó, e hizo a aquél con ellos un regalo. En adelante le tuvo siempre en memoria; y como pasado algún tiempo fuese privado de su casa y arrojado por los hermanos al Peloponeso, le amparó con el mayor celo, y aun en ciertos amores le prestó su auxilio. Porque se había prendado de un mocito atleta de Atenas, y siendo ya grande, como fuese de mala condición y se temiese que iba a ser expulsado de los Juegos Olímpicos, el persa acudió a Agesilao pidiéndole por aquel joven; y él, queriendo servir a éste, aunque con mucha dificultad y trabajo, salió con su intento; porque en todo lo demás era prolijo y ajustado a ley, pero en los negocios de los amigos creía que el querer parecer excesivamente justo no solía ser más que una excusa. Corre, pues, en prueba de esto una carta suya a Hidrieo, de Caria, en que le decía: “A Nicias, si no ha delinquido, absuélvele; si ha delinquido, absuélvele por mí; y de todas maneras, absuélvele.” Esta solía ser en general la conducta de Agesilao en las cosas de sus amigos. Con todo, en ocasiones obraba según lo que el tiempo pedía, sin atender más que a lo que era conveniente, como se vio cuando, habiendo tenido que levantar el campo con precipitación, se dejó enfermo a un joven que amaba, porque, rogándole éste y llamándole al tiempo de marchar volvió la cabeza y le dijo: “Cosa difícil es tener a un tiempo juicio y compasión”, según que así nos lo ha transmitido Jerónimo el Filósofo.