20

Como observase que algunos de los ciudadanos tenían vanidad y se daban importancia con criar y adiestrar caballos, persuadió a su hermana Cinisca a que, sentada en carro, contendiera en los Juegos Olímpicos, queriendo con esto hacer patente a los Griegos que semejante victoria no se debía a virtud alguna, sino a sola la riqueza y profusión. Tenía en su compañía, para servirse de su ilustración, al sabio Jenofonte, y le dijo que trajera a sus hijos a que se educaran en Lacedemonia, para que aprendieran la más importante de todas las ciencias, que es la de ser mandados y mandar. Después de la muerte de Lisandro, halló que este había formado una grande liga contra él, en lo que había trabajado inmediatamente después de su vuelta del Asia, y tuvo el pensamiento de hacer ver cuál había sido la conducta de este ciudadano mientras vivió; y como hubiese leído un discurso escrito en un cuaderno, del que fue autor Cleón de Halicarnaso, pero que había de ser pronunciado ante el pueblo por Lisandro, tomándolo para este efecto de memoria, en el que se proponían novedades y mudanzas en el gobierno, estaba en ánimo de darle publicidad. Mas leyó el discurso uno de los senadores, y, temiendo la habilidad y artificio con que estaba escrito, le aconsejó que no desenterrara a Lisandro, sino que antes enterrara con él el tal discurso; y convencido, desistió de aquel propósito. A los que se le mostraban contrarios, nunca les hizo el menor daño abiertamente, sino que negociando el que se les enviara de generales o de gobernadores demostraba que los empleos se habían habido mal y con falta de integridad, e intercediendo después en su favor y defendiéndolos si eran puestos en juicio, de este modo los hacía sus amigos y los traía a su partido; de modo que llegó a no tener ningún rival. Porque el otro rey, Agesípolis, sobre ser hijo de un desterrado, era en la edad todavía muy joven y de carácter apacible y blando, por lo que tomaba muy poca parte en los negocios públicos, y aun así procuró atraerlo y hacerlo más dócil, por cuanto los reyes comen juntos, asistiendo al mismo banquete mientras permanecen en la ciudad. Sabiendo, pues, que Agesípolis estaba como él sujeto a contraer fácilmente amores, le movía siempre la conversación de algún joven amable, y le inclinaba hacia él, y le acompañaba y auxiliaba, pues tales amores entre los Lacedemonios no tenían nada de torpe, sino que, antes, promovían el pudor, el deseo de gloria y una emulación de virtud, como dijimos en la Vida de Licurgo.

Share on Twitter Share on Facebook