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Como era tan grande su poder en la república, negoció que a su hermano de madre Teleucias se le diera el mando de la armada; y habiendo dispuesto una expedición contra Corinto, él tomó por tierra la gran muralla, y Teleucias con las naves. Estaban entonces los Argivos apoderados de Corinto y celebraban los Juegos Ístmicos; los sorprendió, pues, y los hizo salir de la ciudad cuando acababan de hacer el sacrificio al dios, dejando abandonadas todas las prevenciones. Entonces, cuantos Corintios acudieron de los que se hallaban desterrados le rogaron que presidiese los juegos; pero a esto se resistió; y siendo ellos mismos los presidentes y distribuidores de los premios, se detuvo únicamente para darles seguridad. Mas después que se retiraron volvieron los Argivos a celebrar los juegos, y algunos vencieron segunda vez; pero otros hubo que, habiendo antes vencido, fueron vencidos después, sobre lo cual los notó Agesilao de excesiva cobardía y timidez, pues que, teniendo la presidencia de estos juegos por tan excelente y gloriosa, no se atrevieron a combatir por ella. Por su parte, creía que en estas cosas no debía ponerse más que mediano esmero, y en Esparta fomentaba los coros y los combates con presenciarlos siempre, con manifestar celo y cuidado acerca de ellos y con no faltar a las reuniones de los jóvenes ni a las de las doncellas; pero, en cuanto a objetos que excitaban la admiración de los demás, hacía como que ni siquiera sabía lo que eran. Así, en una ocasión, Calípides, célebre actor de tragedias, que tenía en toda la Grecia grande nombre y fama, y a quien todos guardaban consideración, primero se presentó a saludarlo, después se mezcló con sobrada confianza entre los demás compañeros de paseo, procurando que fijara en él la vista, creído de que le daría alguna muestra de aprecio, y últimamente le preguntó: “¿Cómo? ¿No me conoces, oh rey?” Y entonces, volviendo a mirarle, dijo: “¿No eres Calípides el remedador?” porque los Lacedemonios dan este nombre a los actores. Llamáronle una vez para que oyera a uno que imitaba el canto del ruiseñor, y se excusó diciendo que muchas veces había oído a los ruiseñores. Al médico Menécrates, por haber acertado casualmente con algunas curas desesperadas, dieron en llamarle Zeus, y él mismo no sólo se daba neciamente este sobrenombre, sino que se atrevió a escribir a Agesilao de este modo: “Menécrates Zeus, al rey Agesilao: Salud”; y él le puso en la contestación: “El rey Agesilao, a Menécrates: Juicio”.

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