Después, como Conón y Farnabazo hubiesen quedado dominando en el mar con la armada de Persia y tuviesen sitiadas, por decirlo así, las costas de la Laconia, al mismo tiempo que los Atenienses levantaban las murallas de su ciudad, dándoles Farnabazo los fondos para ello, parecióles a los Lacedemonios conveniente hacer la paz con los Persas. Comisionaron, pues, a Antálcidas para que pasara a tratar con Teribazo; y el resultado fue abandonar tan vergonzosa como, injustamente a los Griegos habitantes del Asia, por quienes Agesilao había hecho la guerra, dejándolos sujetos al rey. De ahí es que de la vergüenza de este ignominioso acuerdo participó Agesilao a causa de que Antálcidas estaba enemistado con él, y así nada omitió para negociar la paz, en vista de que con la guerra crecía el poder de Agesilao y cada día ganaba crédito y opinión. Con todo, a uno que con ocasión de esta paz se dejó decir que los Lacedemonios medizaban o abrazaban los intereses de los Medos le respondió Agesilao que más bien los Medos laconizaban, y amenazando y denunciando la guerra a los que no querían admitir el Tratado, los obligó a suscribir a lo que el rey había dictado, conduciéndose así principalmente en odio de los Tebanos para que fueran más débiles por el hecho mismo de quedar independiente toda la Beocia; lo que pareció más claro poco después. Porque cuando Fébidas cometió aquel atroz atentado de tomar, vigentes los tratados y en tiempo de paz, la fortaleza cadmea, los Griegos todos se mostraron indignados, y los Espartanos mismos lo llevaron a mal, especialmente los que no eran de la parcialidad de Agesilao, que llagaron a preguntar a Fébidas con enfado qué orden había tenido para tal proceder, manifestando con bastante claridad sobre quién recaían sus sospechas; pero el mismo Agesilao no tuvo reparo en tornar la defensa de Fébidas, diciendo sin rodeo que no había más que examinar sino si la acción era en sí misma útil, porque todo lo que a Lacedemonia fuese provechoso debía hacerse espontáneamente, aunque nadie lo mandara. Y eso que de palabra siempre estaba dando la preferencia a la justicia sobre todas las virtudes, pues decía que la fortaleza de nada servía sin la justicia, y que si todos los hombres fueran justos, de más estaría la fortaleza. A uno que usó de la expresión: “Así lo dispone el gran rey”, le replicó: “¿Cómo será más grande que yo, si no es más justo?” Creyendo, con razón, que lo justo debe ser la medida real con que se regule la mayoría y excelencia del poder. La carta que hecha la paz le envió el rey con objeto de hospitalidad y amistad no quiso recibirla, diciendo que le bastaba la amistad pública, sin haber menester para nada la particular mientras aquélla subsistiese. Mas en la obra no acreditó esta opinión, sino que, arrebatado del deseo de gloria y del de satisfacer sus resentimientos, especialmente contra los Tebanos, no sólo sacó a salvo a Fébidas, sino que persuadió a la ciudad que tomara sobre sí aquella injusticia, que conservara bajo su mando el alcázar y que pusiera al frente de los negocios a Arquías y Leóntidas, por cuyo medio Fébidas había entrado en el mencionado alcázar y se había apoderado de él.